Preparando unos textos para el “cole” ha pasado por
mis manos este fragmento del libro de Unamuno, Andanzas y visiones españolas, cuya lectura me ha venido como
anillo al dedo tal día como hoy, tal tarde como ésta…en la que añoro la roca desnuda de la cumbre.
¡Vivir unos
días en el silencio y del silencio, nosotros, los que de ordinario vivimos en
el barullo y del barullo! Parecía que oíamos todo lo que la tierra calla,
mientras nosotros, sus hijos, damos voces para aturdirnos con ellas y no oír la
voz del silencio divino. Porque los hombres gritan para no oírse, para no oírse
cada uno a sí mismo, para no oírse los unos a los otros.
Y el
silencio casaba con la majestad de la montaña, una montaña desnuda, un
levantamiento de las desnudas entrañas de la tierra, despojadas de su verdor
que dejaron al pie como se deja un vestido, para alzarse hacia el sol desnudo.
La verdura al pie, en el llano, como la vestidura de que se despoja un mártir
para mejor gozar de su martirio. Y el sol desnudo y silencioso besando con sus
rayos a la roca desnuda y silenciosa.
Allí, a
solas con la montaña, volvía mi vista espiritual de las cumbres de aquella a
las cumbres de mi alma, y de las llanuras que a nuestros pies se tendían, a las
llanuras de mi espíritu. Y era forzosamente un examen de conciencia. El sol de
la cumbre nos ilumina los más recónditos repliegues del corazón.
Miguel de Unamuno.
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