Hacía meses, años creo yo, que no se
pasaba una mañana casi entera y un poquito de la tarde lloviendo con cierta
gracia y salero, como hoy lo ha hecho.
Eso de estar en clase viendo llover a
través de los cristales, aparte de, al menos para mí, tener un gran encanto, me
traslada a mi infancia, en la que los días de “cole” grises y lluviosos se me
antoja que eran la mayoría. No me desagradaba que así fuera, aunque
probablemente no era así; también habría días de sol, pero no los recuerdo.
Un día como hoy no sólo me lleva tiempo
atrás en mi vida, sino que además me sumerge en la literatura y en particular
en uno de mis poetas del alma, don Antonio Machado.
Sí, esta tarde también ha llovido un
rato. Teníamos examen, pero antes de que mis alumnos me demostraran su
sabiduría, cosa que a buen seguro habrán hecho, les he recitado el poema Recuerdo infantil mientras caía la lluvia tras los cristales, haciendo presente así a don Antonio
entre nosotros, esta tarde parda y fría...
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario