Me ha pasado muchas veces en la montaña. Salir en la
niebla y andar hasta dejar las nubes abajo, encontrándote entonces entre
picachos que se elevan hacia un cielo azul profundo.
Primero se ve claridad, luego el disco del sol entre
las nubes y finalmente salimos “arriba”. Siempre he vivido este momento con un
intenso gozo.
Pero una vez, en los Alpes, fue diferente. No fue
poco a poco, fue de repente. Subimos de Chamonix que está a unos 1000 metros , a la Aiguille du Midi de 3842 metros , en uno de
esos telecabinas enormes donde caben más de 50 personas. En el pueblo estaba
nublado y lloviznaba. El trayecto tiene una estación intermedia donde no se
veía nada, pues todo lo envolvía una densa niebla.
El artilugio en cuestión siguió subiendo, y hacia los
3.500 metros ,
en un segundo emergió de un blanco mar de nubes, y nos encontramos rodeados de
altísimas montañas que se recortaban en un cielo tan azul que parecía irreal y
bañados por la luz de la alta montaña. Espontáneamente estalló una exclamación
de asombro en diferentes lenguas y un aplauso que nos unió a todos en la
admiración de aquella belleza repentina, que no por presentida nos impactó
menos cuando nos la encontramos cara a cara. Fue, de verdad, emocionante.
Y yo creo que no era sólo el soberbio espectáculo el que arrancaba las palabras de admiración de cada uno de los que estábamos
allí, el aplauso espontáneo, los rostros sonrientes y asombrados, era también el
ver de modo tan claro, tan rotundo, que lo cierto, lo inmutable es el cielo
azul, son las montañas blancas, el horizonte infinito. Ver que la oscuridad de
la niebla es, después de todo, pasajera. Era el vivir una magnífica metáfora
del sentido último de la vida.
Sí, yo al menos así lo viví. Y este es el pensamiento
que quiero compartir hoy, en mi 59 cumpleaños. Que por encima de las nubes, el
cielo siempre es azul. Y el sol sale y se pone cada día en crepúsculos vírgenes
de miradas humanas, para abrir en la noche la tierra a las estrellas que nos lanzan
a la inmensidad del universo y más allá.
Aunque aquí abajo no veamos nada de eso, existe.
Aunque nos digan que no existe, existe. Aunque no podamos verlo, aunque no
queramos verlo, la verdad es que existe. Y yo intento no olvidarlo nunca, por
densa que sea la niebla.
Pues nada. Que paséis un feliz día de mi cumpleaños.
Salimos en la niebla. |
Arriba el sol brillaba en un cielo azul impecable. |
Gracias Jesús por recordarnos las maravillosas tardes de lluvia y la metáfora del "cielo azul" más allá de las montañas.
ResponderEliminarFelicidades... y que cumplas muchos más.
Muchas gracias Conxa. Es una metáfora realmente increíble, riquísima en significados y de una inmensa belleza.
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