No quiero que acabe este día sin tener un recuerdo
para mi amigo Vicente Folgado al que hoy, los Juniors, sus juniors, le han
rendido un merecido homenaje en Gandía.
Me enteré de este homenaje esta semana, a través del
Jefe de Centro de Ribarroja, pueblo donde vivo y trabajo, pero por cuestiones
que no vienen a cuento, no he podido finalmente asistir, lo que he lamentado
antes, durante y lamentaré después.
Y lo lamento porque me hubiera gustado de verdad
estar allí y unir mis recuerdos a los recuerdos de todos, y homenajear junto a
todos a una gran persona, un gran sacerdote, y además un buen amigo. Pero las cosas
son como son y no como quisiéramos que fueran.
Pero lo que sí puedo hacer esta noche es compartir, con quien lea estas líneas, el momento exacto en que nos conocimos, como un
momento extraordinariamente importante de mi vida.
Estábamos en Segart, en un encuentro de la, por
entonces, coordinadora del Movimiento Junior de A.C. En una de las reuniones de
aquel encuentro dije algo que le llamó la atención, y al parar a almorzar se me
presentó, lo recuerdo como si lo viera ahora, mientras me comía un bocadillo en la barra del
bar de Segart de toda la vida, barra y bar que siguen existiendo.
Quedamos para vernos unos días después en mi
parroquia, San Miguel y San Sebastián, de cuyo centro Junior yo era jefe. Y así empezó todo. Don Miguel Roca, el arzobispo, deseaba un cambio profundo en el
Junior, y este cambio estaba en la línea por la que andábamos nosotros.
Luego seguimos viéndonos con frecuencia hasta formar
un equipo y plantear una alternativa que pusimos en marcha creando una
primera Comisión Diocesana. En un viaje a Madrid intentamos evitar la ruptura
con la Comisión Nacional ,
pero no fue posible, extremo este del que fuimos informados un día de
Nochebuena.
A partir de ahí tuvimos que poner en marcha Juniors,
Movimient Diocesá, del que él fue primer consiliario y yo primer presidente.
Años de intenso trabajo, de alegrías y disgustos, de
recorrernos la diócesis de norte a sur, de este a oeste, de conocernos a fondo
en largas conversaciones en kilómetros y kilómetros de carretera.
Sí, ya lo he dicho en este blog. Vicente ha sido, es
y será una persona muy importante en mi vida. Casi todo cambió para mí a partir
de conocerle a él.
Y conociéndolo hoy como lo conozco, sé que desde la Casa del Padre me disculpará
y entenderá el por qué no he estado hoy en Gandía. Presiento su sonrisa
viéndome escribir estas líneas.
Y al amparo tranquilizador de su sonrisa presentida,
como homenaje, quiero agradecerle, quiero agradecerte Vicente, el que te fiaras
un día de mí, contaras conmigo para una gran tarea a la que entregué, junto a ti, lo mejor de mi juventud, me ofrecieras después tu pueblo,
tu “cole” y todo lo que, sin tú saberlo, vino después, todo y tanto. Sin ti no
hubiera conocido a Isabel que me acompaña en este camino de alegría y dolor que
es la vida. Aunque sólo sea por ella te debo eterna gratitud.
Una vez más, de verdad, gracias, Vicente.
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