Hoy, 25 de noviembre, es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (o DIEVCM), aprobado
por la Asamblea
General de las Naciones Unidas en su resolución 54/134 el 17
de diciembre de 1999.
Sé que el tema es complejo, y pensando en las causas
de algo tan terrible he llegado a esbozar algunas ideas que comparto por si a
alguien le sirven y también porque escribir me ordena y aclara el pensamiento.
Para empezar diré que soy contrario a la violencia
contra quien sea, mujer, niño, anciano u hombre hecho y derecho. Pero es cierto
que la que se ejerce contra la mujer está muy extendida y en ciertas sociedades
y ciertos ambientes hasta bien vista. Por eso es urgente e importante
erradicarla.
Pero para ello es necesario encontrar la raíz de esa
violencia y extirparla, pues actuar contra el síntoma no cura la enfermedad.
¿Y cual creo yo que es esa raíz mala? La voy a llamar
el efecto Gollum. “Mi tesoro, es mío, mío, mío…” Ésta es la raíz mala, o al
menos una de ellas.
Creo que en el fondo de cualquier agresión a una
persona late el sentimiento, entre otros, de que esa persona es mía, es de mi
propiedad y por lo tanto puedo hacer con ella lo que me plazca, por algo es
mía. La maté porque era mía, dice el chiste. Y ahondando más aún creo que si yo
pienso que una persona es mía, es porque me siento superior a ella, porque no
es igual a mí y yo me erijo en amo y señor de esa persona inferior y la
comparto sólo si quiero, con quien quiero y como quiero. A fin de cuentas es mi
propiedad.
Por esto pienso que eliminar la violencia contra la
mujer exige educar en la igualdad real entre todas las personas, premisa
necesaria para que no se desarrolle el efecto Gollum, para que nadie, basándose
en superioridad alguna, se sienta dueño de nadie. Porque nadie es dueño de
nadie.
Nadie es dueño de nadie para hacerle daño ¡claro!,
pero tampoco para hacerle el bien, pues ese supuesto bien acabará siendo
paternalismo castrante o creando, por ejemplo, estas situaciones laborales que
impiden cualquier posibilidad de trabajo en equipo, con evidentes consecuencias
para el ser en supuesta propiedad.
No acabaremos con la violencia contra la mujer
mientras no seamos capaces de creer realmente en la dignidad y la libertad
irrenunciable de todos los seres humanos, convicción ésta que nos llevará a
respetar esa dignidad y esa libertad y, como consecuencia, a no erigirme como
amo y señor de mi mujer, ni de mi marido, ni de mi amigo, ni del abuelo, ni de
mi hijo, ni de mi alumno, ni de mi paciente, ni de mi cliente…de nadie. Ni para
matarlo, ni para salvarlo.
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