Radiografías, analíticas, electros y seis horas
quitecito en una camita de hospital, con el pijamita azul, conectado a una
máquina, monitorizado dicen, esperando el veredicto, da tiempo para pensar
mucho, y de todo.
A Dios gracias, el veredicto a la 1 de la madrugada
de hoy, 5 de noviembre, fue bueno. Todo en orden. Falsa alarma.
Pero las seis horitas habían pasado, una tras otra,
lentas, inciertas, con el futuro en suspenso. Esperando…
Horas duras pero clarificadoras. Horas en las que las
cosas cobran sus verdaderas dimensiones. Horas que separan el grano de la paja.
Esta mañana, cuando me he levantado en casa, me he
hecho consciente de lo bonito que es levantarse en casa, junto a Isabel, verme
la cara en el espejo de mi cuarto de aseo, desayunar, el camino al “cole”, mis
alumnos diciéndome “hola Jesús, hoy nos toca contigo”, el almuercito con los
compañeros…
Y es que demasiadas veces, llevados por los
problemas, por los golpes, por las prisas, por la vorágine del día a día
perdemos la perspectiva. Y vemos importante lo que no lo es y pasamos por alto
lo realmente importante. Nos agobia lo que después de todo no es nada y no
apreciamos la belleza, el sentido de tantos y tantos momentos que por su
cotidianeidad parecen no tener importancia alguna, y sin embargo serían los
primeros que echaríamos de menos si los perdiéramos.
Es lástima que tengamos que pasar “sustos” para reubicarnos en la vida. Cierto es que yo tengo claro lo que es importante y
suelo apreciar bastante el momento que vivo sin necesidad de tales “sustos”,
sin embargo demasiadas veces los acontecimientos me distorsionan la realidad.
Y acabo viendo mares donde hay charcos, y dejo de
saborear esas pequeñas cosas que sé que
sólo puedo disfrutar cuando tengo vitalmente claro lo que para mí de verdad es importante.
El amor y la amistad que no es más que una forma de
amor. La fidelidad a uno mismo y a la propia vocación, más allá del desgaste
que procura el ejercicio de una profesión. El simple hecho de poder ver salir
la luna llena por el mar, o un atardecer de poniente, de sentir la lluvia en la
piel, de coronar una montaña nevada…La maravilla de creer, aún con dudas, que Alguien
que nos quiere muchísimo nos espera más allá de la vida.
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