Leyendo en lengua el librito de Cipi con mis alumnos,
al acabar la clase, uno de ellos me dijo que si quería que trajera al “cole” el
cráneo de un pajarito que había encontrado, para enseñármelo. Le dije que sí,
claro.
El próximo día que nos vimos me lo trajo en un tarro
de cristal, envuelto cuidadosamente en algodón. Era precioso, perfecto. Muy bien
conservado. Me dijo que lo había encontrado en un nido que había visto en un árbol
junto con todo el esqueleto, pero que al intentar cogerlo se le desmontó. Sólo
pudo salvar lo que tenía ante mis ojos.
Le dije que me gustaba muchísimo. Que era una pasada.
Y quiso regalármelo, a lo que yo me negué diciéndole que lo había encontrado
él, que era suyo y que lo conservara con cuidado, con cariño, como lo estaba
haciendo.
Y me pareció todo muy bonito.
Me pareció muy bonito que el chavalín anduviera entre
los árboles, que encontrara el nido, que salvara ese delicado recuerdo de una
vida, que lo envolviera entre algodones, que se lo enseñara al “profe” y que
quisiera regalárselo.
Si os fijáis en esta sencilla cadena de
acontecimientos, que tan fácilmente pueden pasar inadvertidos, hay hermosas
actitudes como acercarse a la naturaleza, fijarse en ella, tener la
sensibilidad de coger y cuidar algo tan delicado y frágil como este cráneo, de
conservarlo y al fin de desprenderse de él para dárselo al “profe” con el que
ha compartido, leyéndola, la historia de un pajarito.
De verdad que me pareció muy bonito. Vivir
experiencias así es para mí un privilegio, y tener la capacidad de gozarlas una
bendición.
Fijaos lo mucho que tengo que agradecerle a mi
alumno.
¡Gracias chaval!
¡Gracias chaval!
No hay comentarios:
Publicar un comentario