Este es el tarrito. |
Hay historias que tienen finales inesperados. La que
os conté del alumno que me enseñó y quiso regalarme ese precioso cráneo de pajarito, historia que reproduzco a continuación para que no tengáis que buscarla, tuvo ayer su final redondo.
Al acabar la última clase antes de las vacaciones, felicité las Navidades a “mis bichos”, y mientras salían al patio, era la hora
del recreo, mi alumno vino a la mesa y muy discretamente, me entregó el tarrito
con el pequeño tesoro envuelto en algodones y me dijo, es un regalo de Navidad ¡Feliz Navidad!
Y entonces sí lo acepté, ¡cómo no! Nos dimos la mano,
le di las gracias y le deseé también unas muy felices Navidades.
Final redondo. No sabe él, con los tiempos que corren
y los vientos que soplan, el alcance y la profundidad de su gesto.
¡Gracias chaval!, de verdad, gracias.
Y que Dios te bendiga.
Y que Dios te bendiga.
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Leyendo en lengua el librito de Cipi con mis alumnos,
al acabar la clase, uno de ellos me dijo que si quería que trajera al “cole” el
cráneo de un pajarito que había encontrado, para enseñármelo. Le dije que sí,
claro.
El próximo día que nos vimos me lo trajo en un tarro
de cristal, envuelto cuidadosamente en algodón. Era precioso, perfecto. Muy
bien conservado. Me dijo que lo había encontrado en un nido que había visto en
un árbol junto con todo el esqueleto, pero que al intentar cogerlo se le
desmontó. Sólo pudo salvar lo que tenía ante mis ojos.
Le dije que me gustaba muchísimo. Que era una pasada.
Y quiso regalármelo, a lo que yo me negué diciéndole que lo había encontrado
él, que era suyo y que lo conservara con cuidado, con cariño, como lo estaba
haciendo.
Y me pareció todo muy bonito.
Me pareció muy bonito que el chavalín anduviera entre
los árboles, que encontrara el nido, que salvara ese delicado recuerdo de una
vida, que lo envolviera entre algodones, que se lo enseñara al “profe” y que
quisiera regalárselo.
Si os fijáis en esta sencilla cadena de
acontecimientos, que tan fácilmente pueden pasar inadvertidos, hay hermosas
actitudes como acercarse a la naturaleza, fijarse en ella, tener la
sensibilidad de coger y cuidar algo tan delicado y frágil como este cráneo, de
conservarlo y al fin de desprenderse de él para dárselo al “profe” con el que
ha compartido, leyéndola, la historia de un pajarito.
De verdad que me pareció muy bonito. Vivir
experiencias así es para mí un privilegio, y tener la capacidad de gozarlas una
bendición.
Fijaos lo mucho que tengo que agradecerle a mi
alumno.
¡Gracias chaval!
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