Nació
de una mujer; en su vida pública le acompañaban mujeres, algo nada bien visto
en la sociedad de su tiempo; junto a la cruz hubo mujeres y fueron las mujeres
los primeros testigos de la resurrección.
Pero a
lo largo de la historia, poderosos elementos culturales han desdibujado la
extraordinaria presencia de la mujer en la vida y mensaje de Jesús. Y es precisamente ahí, en esa vida y en ese
mensaje donde radica el más rotundo alegato a favor de la igualdad absoluta
entre hombres y mujeres.
Y
tiene la Iglesia, ya lo ha dicho el papa Francisco, un largo camino que
recorrer todavía en esa dirección. Y lo está haciendo.
Apoyo desde
esta perspectiva cristiana, de modo incondicional, cualquier esfuerzo por
dignificar a la mujer y situarla al mismo nivel del varón en todos los
aspectos. Pero deploro que para alcanzar tan justo y loable objetivo se
estropee el lenguaje, se promulguen insultantes leyes de paridad y se hagan
semáforos no sexistas. Y más, y muchas más tonterías que tendremos que aguantar hasta que no haga falta alguna un Día de la Mujer.
Esos
planteamientos, tan bienintencionados como pueriles, me dan vergüenza ajena, me
resultan patéticos, pero los entiendo. Del mismo modo que me duele la lentitud
de la Iglesia en limpiar ciertos elementos culturales que empañan el mensaje de
Jesús y dificultan su comprensión y aceptación en el mundo de hoy. Y esto
también lo entiendo.
Sí, fueron
mujeres, una de ellas, María Magdalena, las que escucharon esas palabras
maravillosas, "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está
aquí, ha resucitado". Fueron mujeres y los hombres, al principio, no las
creyeron.
¡Feliz
Día de la Mujer!
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