Hoy
empieza la primavera meteorológica. Dejamos atrás tres meses de supuesto
invierno, con poco frío, mucho viento seco y cuatro litros y medio de agua. Un
invierno para olvidar, meteorológicamente hablando. Un invierno para olvidar si
nos ponemos en la piel de nuestros montes, nuestros campos y de la gente que
vive de ellos.
Me he
ido esta tarde a dar un garbeo por la sierra Calderona. A ver verde, a pasear
bajo el cielo, demasiado tiempo azul, pero tan luminoso, tan hondo y tan alto.
A coger espárragos; había muchos… Y no había nadie. ¡Bendita soledad de la
montaña!
¡Pero
está todo tan seco! No hay charcos, no hay rincones húmedos, las fuentes no
manan, y los humildes arroyitos de esta sierra no llevan agua desde hace ya
tiempo.
Sin
embargo, estaba todo tan bonito. El cielo azul, el verde de los pinos, la
atmósfera limpia por un poniente tibio… Tenía una belleza frágil, muy frágil. Era
la sierra, todo un símbolo de resistencia a la adversidad.
El crepúsculo
ha sido soberbio; malva, rosa, rojo, gris, y la noche. La noche oscura, que por
estas fechas aún trae algo de frescor.
Algo de frescor, y si encalma el poniente, un poco de humedad.
Es lo
que tenemos. Es mi tierra, desconocida, ignorada, despreciada, maltratada y
sufriente.
¡A ver
qué nos trae la primavera!
Un hermoso olivo, muy verde, sobre la tierra muy seca. |
Unas piteras se recortan contra el cielo del crepúsculo. |
El cielo reteniendo las últimas luces, el pinar ya en la noche. |
Y a lo lejos, el horizonte encendido y los últimos rayos de luz en el cielo. |
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