El río Cabriel a su paso por Casas del Río, cerca de la noria del siglo XVIII que sigue funcionando.
Andaba
yo un día de estos por esta tierra nuestra, cuando llegué a la hora de comer a
Casas del Río, aldea de Requena situada a orillas del Cabriel, situada en un entorno
precioso.
Entré
en el bar, donde se come bien y a buen precio, aunque con un considerable barullo, al
menos en aquel momento. Sería alrededor de la una y media.
El
local, pequeño, sencillo y agradable, estaba atestado. En una mesa, cuatro
señores, ya entrados en años, jugaban al dominó aporreando la mesa con las
fichas como debe ser, con ruidosa contundencia. En otra, contigua, otros cuatro
parroquianos, estos de mediana edad, jugaban al truc o algo parecido, pues a
juicio de un observador aquello ni era truc ni era nada. Otros dos o tres
observadores miraban a los del dominó y a los de las cartas alternativamente,
comentando lo que en cada momento consideraban oportuno. Todo esto a voz en
grito, claro.
En una
mesa situada junto a la ventana, tres niños de unos diez o doce años,
posiblemente hijos de los allí reunidos, permanecían en riguroso silencio
atentos a sus móviles. Y en un rinconcito, bajo la escalera que sube al piso
superior, una forestala (se dirá así en gilicastellano ¿no?), comía ensimismada.
Yo en
otra mesa, ya no había ninguna más libre, comía un plato de lomo chuletero con pisto casero bien
bueno, acompañado de una cerveza de barril, como a mí me gusta. Y disfrutaba
del momento y de la comida.
Y por
encima de todos, la tele emitía un programa sobre la situación política
actual en el que aparecían, uno tras otro, los protagonistas del asunto, dando sus
fundadas opiniones y emitiendo sus certeros análisis. Nadie les hacía puñetero
caso.
Me
llamó la atención el contraste. Me gustó. Y cuando se hizo la hora de comer, y
la gente fue yéndose, yo ya estaba con el carajillito, descubrí que la tele
estaba puesta a todo volumen, pero claro, el vocerío del personal la hacía
inaudible del todo.
Y
pensé, ¡qué bonita lección! La voz del pueblo soberano por encima de la palabra
vacía, del discurso manipulador, de la caja tonta, del sucio juego político.
Quizá quienes
quieran dedicarse a gestionar lo público, antes de liarse a salvarnos de sus
enemigos, que no de los nuestros, deberían comer en baretes así, que los hay
por toda España. Y ver, con sus propios ojos, lo que de verdad le importa a la
gente. Pero de incógnito claro, y calladitos.
En
fin, seguí mi camino satisfecho y divertido, pensando que, en cuando pudiera,
compartiría la bonita experiencia y el pensamiento que a causa de ella me vino
a la mente.
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