Esta
mañana, no sé qué canal, estaba retransmitiendo en directo la misa del Papa, en
Roma, el día de la clausura del año jubilar, más conocido como Año de la
Misericordia, y justo cuando sintonizaba ese canal, el Papa
hablaba de que la corona de Jesús (hoy es la festividad de Cristo Rey) era de
espinas…
Eso ya
lo he oído muchas veces, pero si esas palabras, viejas conocidas, las
combinamos con la imagen que, no sé si por casualidad o con intención, nos
mostraba la tele en ese momento, el impacto ha sido demoledor.
Mientras
el papa Francisco hablaba de la corona de espinas de Jesús, la imagen era un
primer plano de tres mitras, rojas, esplendorosas, sobre tres testas no sé si
cardenalicias o arzobispales.
¿Casualidad?
¿Intencionalidad? No lo sé, y realmente no me importa, porque el efecto real de
esto en la gente es el escándalo. Y eso sí me importa. Me importa, me duele, me
preocupa la profunda e hiriente incoherencia que se desprende de situaciones
como éstas. Situaciones que hacen que el mensaje parezca profundamente incoherente.
Incoherencia
derivada del contraste entre las palabras de Jesús “mi reino no es de este
mundo” y el histórico empeño de la Iglesia de reinar en este mundo. Contraste demasiado evidente,
demasiado lacerante, contraste muy difícil de justificar, si es que es
justificable.
Y un
mensaje incoherente no es un mensaje de fiar. El Papa lo sabe, y le duele, lo
ha dicho mil veces. Mucha gente en la Iglesia, lo sabe y les duele; lo dicen.
Pero hay que ir más allá de darnos cuenta, de que nos duela y de decirlo, hay
que actuar.
Y la
acción empieza por tratar de ser coherentes nosotros mismos, no cayendo en la
tentación de denunciar incoherencias ajenas, las de la Iglesia incluidas, y no
ver las nuestras.
El
papa Francisco, que estoy convencido de que no sólo lo piensa y lo dice, sino
que también actúa, lo ha dicho bien claro en otro momento de la homilía. “Este
tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el
que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la
Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios
y rica en el amor…” Pobre en los medios y rica en amor. Creo que más claro no
se puede decir.
Iglesia
acogedora, libre, fiel, pobre en medios y rica en amor. Cristianos acogedores,
libres, fieles, pobres en medios y ricos en amor. Y así, juntos, plantarle cara
al pecado, entendido como todo aquello que nos degrada como hijos de Dios, que
nos envuelve en el miedo y nos lleva a la muerte. Lo ha dicho también el Papa,
el pecado, el miedo y la muerte, los enemigos a batir.
Sí, el
mensaje está claro. Y es muy hermoso. Millones de personas a lo largo de la
historia, y en nuestros días, lo han acogido en su vida, pero también hay muchos
millones que andan a ciegas, que buscan un sentido, una razón de ser a su
existencia. Y a toda esa gente, también hijos de Dios, imágenes como la de esta
mañana les confunden, les alejan, como les confundimos y les alejamos los que
nos llamamos cristianos cuando no actuamos, aunque sea un poquito, como tales.
Sí, me
ha dolido ver la cabeza de Jesús, coronada de espinas junto a las tres mitras
resplandecientes. Me ha dolido por la Iglesia, que es mucho más y mejor que de
lo que de esa imagen puede desprenderse. Y me ha dolido por mí mismo, porque me
recuerda también mis incoherencias y el daño que ellas hayan podido y puedan
ocasionar.
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