Mientras
Isabel pagaba en la caja de un
supermercado contemplé una escena que os voy a relatar. Fue muy breve, porque
estas cosas suelen ser rápidas, pero yo la vi en cámara lenta, y no perdí
ningún detalle.
En la
caja contigua, también pagando, había tres adultos y un niño de unos 6 añitos.
Lloraba amargamente, y pronto descubrí que quería un peluche de estos que ponen
cerca de los puntos de pago con aviesas intenciones, por muy
solidaria que sea la venta del peluche en cuestión.
El
peluche lo tenía en la mano una chica joven, llamémosle tía, y el padre con
gestos claros y contundentes le decía al niño que no, que de eso nada, que no le
compraban el bichito.
Mientras
la tía se mantenía un poco estatua (ahora dirían mannequin challenge) y el padre movía la
cabeza como un péndulo, la madre se encaró con él y le dijo algo que interpreté
como que sí, que había que comprárselo. El niño estaba en medio, mirando
alternativamente a uno y otro; había dejado de llorar. La tía seguía petrificada. El padre aceleró la velocidad del movimiento pendular de su testa, y la madre, tras dirigirle una mirada atroz, de esas de "ya hablaremos en casa" torció el gesto, agarró al niño y lo plantó ante la tía que, moviéndose al fin, dio el peluche a la
cajera para que lo incluyera en la cuenta, y se lo entregó al pitufillo.
Una
amplia sonrisa se dibujó en el semblante del chiquillo, mientras el padre se
quedaba con una patética cara de gilipollas que, a duras penas, se transformó en
sonrisa cuando el nano le enseñó, feliz, su trofeo. Porque, no nos engañemos,
era un trofeo.
¿Qué
hará ahora el pobre hombre?, pensé yo. Pues nada, le dijo algo que debió ser, "dale al menos las gracias", porque el niño fue a la presunta tía y se puso de
puntillas para darle un agradecido besito, besito al que la tía respondió con otro muy amoroso.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Luego
pensaba yo que el problema no estuvo en comprar o no un peluche solidario al
niño, ni en la tía, que igual los ve de vez en cuando, sino en el desencuentro
entre papá y mamá. ¿Quién fue el primero en decir si había que comprarle eso al
niño o no? Pues ese manda, el primero que habla. Y el otro, esté de acuerdo o
no, delante del niño, y en aquel momento, calla y otorga. Y si el asunto les
lleva a tirarse de los pelos, que se los tiren después en la soledad de la
alcoba, hasta quedarse calvos, pero nunca delante del retoño.
¡Qué
caras se pagan estas cosas después! ¡Qué caras!
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