Nada
que ver tiene lo que realmente celebramos hoy, con esa fiesta tonta y de mal
gusto que lamentablemente se ha establecido ya entre nosotros. Mueve dinero y
es divertida, dicen.
Los
niños se divierten, los jóvenes tienen excusa para salir y pasarse un poquito o
un muchito, de todo hay, los adultos tres cuartos de lo mismo, y algunos,
además, se sacan unos euritos, pues nada, ¡a la fiesta!
Pero
esto no es el problema. No es el problema que la gente se divierta, aunque sea
tontamente, el problema es que se nos olvide lo que de verdad es esta fiesta.
Por
eso quiero decirlo hoy. Que las calabazas, bien buenas ellas, las telarañas,
los esqueletos, las brujas y demás parafernalia, no oculten que hoy es la fiesta
de la gente buena, de las personas buenas que ya no están entre nosotros. El día de los buenos que no vimos y, de algún modo, el día de los buenos que no vemos.
Y eso
sí es algo bonito, muy bonito. Y justo. Porque es justo que al menos un día al
año nos acordemos de que ha habido, hay y habrá, personas que de un modo humilde,
discreto, sencillo, han pasado por el mundo haciendo el bien. Y han sido tan
discretos que ni nos hemos dado cuenta de su
presencia entre nosotros.
Rindiéndoles
hoy homenaje reconocemos su grandeza y reconocemos también nuestra incapacidad
de ver los signos de la presencia de Dios entre los que nos rodean, quizá por
estar llenos de nosotros mismos, y no ver mucho más allá de nuestras propias
narices.
Siempre
he pensado que las Bienaventuranzas, el evangelio de hoy, son las instrucciones precisas para ser santo.
Sería un buen ejercicio meditarlas a fondo, no tanto
como examen de conciencia, que también, sino como una forma de abrir los ojos y
buscar a nuestro alrededor huellas de esas personas buenas que, en silencio, las hacen suyas cada día. Y agradecer su presencia entre nosotros.
Porque
si hemos de estar atentos para detectar el mal, también lo hemos de estar para
gozar del bien que nos rodea. Lo bueno, lo santo, lo hermoso, la felicidad, la
vida.
Cuidemos,
al menos los creyentes, que las majaderías “jalobuininas” no nos oculten el verdadero sentido de la fiesta de Todos los
Santos.
A
continuación, las instrucciones que nos dio Jesús para ser felices, para ser
santos.
"Viendo
la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y
tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados
los que eligen ser pobres, porque de
ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino
de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a vosotros."
¡Que
acabéis de pasar un feliz día de todos los Santos!
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