Largos
años llevo quejándome en el blog de la sequía y de las consecuencias
desastrosas que en nuestros montes y campos está teniendo. Justo es que ahora
comparta la alegría que me da este período de lluvias que estamos viviendo.
Lluvias
como las de antes, como las que recuerdo de cuando era pequeño. Días enteros
lloviendo; el olor a humedad; el serrín a la entrada del “cole”; la ropa
tendida en casa, junto a la estufa; los impermeables y las botas de agua;
charcos en la calle…
Gratos
recuerdos de mi infancia que se mezclan hoy con la tranquilidad y la
satisfacción de saber que el agua corre por nuestros montes, nuestros campos,
nuestros pinares. Que regresa con ella la vida.
Además
es otoño tardío, la evaporación es mínima y el agua de estos días viene para
quedarse, y con un poquito de suerte, volverá a llover el domingo, el lunes,
quizá el martes.
Pero,
¡ojo! No pensemos que con esto se acaba la sequía. Es sólo un alivio, un alivio
importante, porque para acabarse esta maldición que nos lleva acompañando
tantos años, haría falta que se sucedieran días como estos, mes tras mes, sobre
todo en otoño y primavera. Y eso está por ver. ¡Ojalá así sea!
Esta mañana, el pluviómetro de mi casa marcaba 100 litros.
Ahora 104. Sin embargo aún no hemos llegado en lo que llevamos de año ni a 300.
Sí, debe llover más. Debe seguir lloviendo.
Así pues, alegrémonos, y gocemos, y démosle gracias a Dios, a la
naturaleza, o a quien queramos dárselas, por la bendición de estos días.
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