Cierto
es que el tema de los deberes escolares debe ser analizado a fondo. De esto no
me cabe ninguna duda. Y del objetivo que este análisis debe alcanzar tampoco:
la conciliación del aprendizaje que el niño realiza en el cole, con el no menos
importante al que accede a través del tiempo libre y del juego.
Porque
los chavales deben tener tiempo para jugar y tiempo para estudiar. Tiene que
saber qué es el tiempo libre en el que hago lo que quiero, y el tiempo en el
que he de hacer lo que debo, aunque no me apetezca; de ahí viene la palabra
deberes.
En
esto casi todos estaremos de acuerdo, pero en cómo llegar a conseguirlo estarán
las discrepancias, y hondas discrepancias. Es necesario pues un debate, pero
este debate debe darse en las instituciones educativas, y más en concreto en
los centros. Y debe ser sereno y con datos objetivos en las manos. Y pensando
en los alumnos. Repito, pensando en los alumnos.
La
presión mediática contra los deberes escolares dando voz a políticos, expertos,
empresas, familias etc. sólo debería servir para hacer que las comunidades
educativas se planteen el asunto y punto. Porque los intereses extraños que en ocasiones, no siempre, hay
detrás de estas personas son simplemente inconfesables de puro
pérfidos, o estúpidos por falta de conocimiento de la realidad escolar.
Intereses estos que, desde luego, no son los del niño y nuestra obligación es protegerlos de
ellos hasta donde nos dejen, que no es mucho.
Y hemos de protegerlos de ciertos políticos que, bien sabido es, han convertido hace
ya mucho tiempo la educación en pura ideología, adulterando la pedagogía hasta
el punto de despojarla de lo poco que, ya de por sí, tiene de ciencia.
Y
hemos de protegerlos de los expertos de despacho y conferencia que dicen lo que
hay que hacer desde hermosas teorías pero que nunca, o quizá sólo alguna que
otra vez, se han enfrentado a alumnos de carne y hueso.
Y
hemos de protegerlos de empresas de toda índole que ven en el tiempo libre del
niño, por eso lo reclaman, una potencial fuente de ingresos, un terreno donde
sembrar sus servicios, sus inventos, para montarse sus negocios.
Y
hemos de protegerlos, a veces, lamentablemente, de sus propios padres que no les
dedican el tiempo que necesitan, pero ni con los deberes ni con nada, porque no
pueden o porque no quieren.
Y
hemos de protegerlos también de nosotros mismos que a veces, por cansancio, por
hartazgo, por falta de empatía, por no organizarnos bien, acaban de hacer en
casa lo que bien podían haber hecho en clase.
Y en
fin, también hemos de protegerlos de ellos mismos, que por la edad que tienen y
el mundo en el que viven, no gozan ni de lejos de la madurez necesaria para
aprovechar el tiempo, ya mucho, que dedican a estar en el colegio.
Por
todo esto, porque está mezclado el trigo con la cizaña, el problema de los deberes escolares no se va a resolver con
imposiciones políticas unilaterales, ni con una huelga de padres, ni con la
campaña de Ikea, ni con la abnegada labor de una madre que se líe a recoger
firmas contra ellos. No, todo esto, sabiamente manipulado además por los medios
de comunicación, no va a contribuir a resolver el problema. Pero sí puede y debe servir para forzar a las comunidades educativas a que se planteen el asunto y
le den una respuesta seria y coherente por el bien de sus alumnos.
Creo
que, hecha la llamada de atención, debemos dejar a los centros en paz, deben
dejarnos en paz. Sí, que nos dejen hacer nuestro trabajo. Y si alguien tiene
que intervenir, ha de ser la autoridad educativa tras escuchar y valorar las
propuestas de los que día a día estamos en la "trinchera", propuestas para cuya elaboración hemos de buscar los intereses legítimos y separarlos de los falsos, de los que tienen gato encerrado. Y ciertamente es muy posible que esta intervención tenga que darse.
Lo
demás es bullicio, debate estéril, vocerío que aturde, intrusismo profesional,
manipulación mediática… Y cuando esto sucede en educación, las primeras
víctimas son siempre los alumnos.
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