Hay
días en que se junta todo para hundirnos en la miseria. Hoy es un día de estos.
Si no hubiera tenido la mala idea de poner la radio igual no me hubiera
enterado y, ya se sabe, ojos que no ven corazón que no siente.
Pero la he puesto y me he enterado.
Hoy me
he enterado de que la RAE se ha bajado los pantalones con la palabra fácil,
negándose a sí misma y a sus principios más elementales en aras de la necedad de lo políticamente correcto.
Hoy me
he enterado de que ha salido adelante en el Congreso la iniciativa del PNV de
derogar la prisión permanente revisable, tras un debate de un cinismo, una
demagogia y una desvergüenza apabullantes.
También
me he enterado hoy de que el señor Puigdemont se va a Suiza a un congreso sobre
derechos humanos. ¡Sobre derechos humanos!
Decían
también que se están disparando las enfermedades de trasmisión sexual debido a
las fiestas de sexo y droga que se han puesto de moda entre los jóvenes
universitarios y que tienen un nombre en inglés ¡cómo no! que no tengo interés
alguno en conocer.
Hace
unos días me enteré de que el tribunal de Estrasburgo obliga a pagar una
indemnización a quienes fueron “injustamente” juzgados por quemar fotos del
Rey, con el peregrino argumento de que eso es libertad de expresión. ¿En una democracia?
Tiempo
atrás, este mismo tribunal obligó a pagar otra indemnización a un asesino.
¡Indemnizar a un asesino! No concibo mayor insulto a la memoria de las víctimas
y a sus familias.
Hace
poco también, rompieron el pacto educativo. ¡Claro, mejor es que el caos en el
sistema se prolongue en el tiempo! Así, cuanto más tontos salgan mejor; más
manipulables. Por eso hay quien quiere bajar la edad de voto a los 16. ¡A los
16!
Y más,
y mucho más.
¡Claro
está! Este no es mi mundo. Esta no es la sociedad en la que quiero pasar el
resto de mi vida. Esta no es la sociedad que quiero para tantos jóvenes a los
que conozco y que merecen algo mejor.
De
verdad. No sé muy bien qué pinto yo aquí. Tengo la tentación de aislarme
totalmente de los medios de comunicación, de reducir las relaciones sociales a
los amigos y familia, de desaparecer de las redes, y de recluirme en casa y en
las montañas.
Es sólo una
tentación de un día en el que se me ha atragantado la miseria, la basura y la
mentira en la que vivimos. Mañana será otro día, ¿no? Espero. Como espero no perder el sentido del humor y la capacidad de disfrutar de la vida, mientras nos dejen...
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