Hace
hoy 38 años que murió Félix Rodríguez de la Fuente. Recuerdo el momento exacto en
el que me enteré, y el impacto que me causó la noticia. No podía creerlo, me
resistía a creer que aquello era verdad.
Y es
que, el amigo Félix, era una de esas personas tan unida a la vida, tan viva en
todos los que amábamos la naturaleza, que parecía que la muerte nada tenía que
ver con él.
Para
mí fue muy importante. Desde pequeño había sentido una fuerte atracción hacia
el campo y el monte, un ansía de subir a cualquier alto para ver qué había
detrás. Era al aire libre donde más a gusto estaba, y estoy. Entonces apareció este hombre.
Seguía
todos sus programas y nos hicimos en casa, por fascículos, la enciclopedia
Fauna, que me leí entera y que aún conservo. ¡Qué ilusión comprar semana tras
semana cada nueva entrega!
Leyendo
aquellas entrañables páginas volé por el mundo entero y fui descubriendo en la
naturaleza la libertad y la plenitud que en mis estudios, era mal estudiante,
no tenía.
De
entre los muchísimos textos que recuerdo entre las nieblas del pasado, hay uno
que se me quedó grabado, no con exactitud, pero que sigue en mí por el profundo
significado que tuvo entonces y que sigue teniendo ahora. Y justamente el tomo
de la enciclopedia en el que estaba es el único que no encuentro. Pero sé que dice
algo así:
El
fuego que crepita en nuestros refugios invernales sigue uniéndonos con
irrompibles lazos al bosque de las hadas y de los gnomos, de los osos y de los
lobos, al bosque de la libertad perdida.
La libertad perdida… Y me quedaba saboreando estas dos
palabras. Por eso creo que estoy tan bien en las montañas, en sus bosques, en
sus cimas, en sus amplios horizontes. Porque allí encuentro, cada vez que voy,
esa libertad perdida de la que hablaba aquel hombre al que tanto debo y que
marcó un antes y un después en la relación entre la sociedad española y la
naturaleza.
Valgan estas líneas de agradecido recuerdo, como humilde
homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente.
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