Hemos
despedido al invierno en Castilla. Medinaceli, Burgo de Osma, Soria, Santo
Domingo de Silos… las tierras del alto Duero, el alto llano numantino, la
tierra de Alvargonzález, el camino del Cid… Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio
Machado, Miguel de Unamuno, Gerardo Diego…
Tierra
donde la literatura, el arte y el paisaje se funden en historia y alma. Páramos
helados, pardos y grises; la nieve, a veces mansa, a veces revuelta
por un viento gélido, nos acompañó todo el viaje. Allí todavía era invierno,
aunque estábamos al filo de la primavera.
Primavera
recién llegada, a la que quiero recibir con un
poema de Antonio Machado que he estado recitando en mi interior todos
los días, a veces sin darme cuenta. Orillas del Duero.
Se ha
asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando
en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las
golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de
nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una
tibia mañana.
El sol
calienta un poquito la pobre tierra soriana.
Pasados los verdes pinos,
casi
azules, primavera
se ve
brotar en los finos
chopos
de la carretera
y del
río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El
campo parece, más que joven, adolescente.
Entre las hierbas alguna humilde flor ha
nacido,
azul o
blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y
mística primavera!
¡Chopos del camino blanco, álamos de la
ribera,
espuma
de la montaña
ante
la azul lejanía,
sol
del día, claro día!
¡Hermosa
tierra de España!
Nada
de esto hemos visto estos días. Cigüeñas sí. Seguía "el blanco invierno de
nevascas y ventiscas con sus crudos soplos de infierno". Pero bien tapados como
íbamos, contemplando aquella "pobre tierra soriana", podíamos acabar, como lo
hace Antonio en el poema, exclamando, "¡hermosa tierra de España!".
Porque
esta tierra es hermosa en la dureza helada del invierno, en la luminosa y tibia primavera, en el terrible verano y en el dulce y recogido otoño.
Tiene
Castilla, en esa belleza austera y extraña, algo que embruja. Sus extensos páramos
solitarios, sus altas sierras, sus largos ríos, sus pueblos pequeños, sus
ciudades antiguas, sus castillos, iglesias, monasterios, te hacen recogerte en
ti mismo a la vez que te lanzan a la contemplación de lo creado, de lo creado
por Dios y de lo creado por el hombre, creaciones que allí se unen en asombrosa
armonía.
A lo
largo de la historia han sido muchas las personas que, por Castilla, han
quedado hechizadas. De la mano de todos los que han quedado tocados y nos lo
han dejado escrito para siempre, gozamos estos días, una vez más, de esa tierra
donde habita el alma de España.
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