Siendo
hoy el Día internacional del Teatro quiero compartir este fragmento de El
alcalde de Zalamea al que tengo un especial cariño. Durante años se lo he leído a mis
alumnos y, habiéndolos puesto previamente en antecedentes, siempre les ha
enganchado. ¡Y es tan bonito ver cómo al final “ganan los buenos y pierden los
malos”!
Por si
no recordáis de qué va lo cuento muy brevemente. Don Álvaro es un capitán del
rey que estando de campaña se hospeda en Zalamea. Abusando de la hospitalidad de
Crespo, un rico y honrado labrador, deshonra a su hija. Crespo, que ha sido
nombrado alcalde, se encara con el capitán en este memorable diálogo. Dedicadle
un poco de tiempo. Imaginad la escena. ¡Vale la pena!
CRESPO
Ya que yo, como justicia,
me valí de su respeto
para obligaros a oírme,
la vara a esta parte dejo,
y como un hombre no más
deciros mis penas quiero.
(Arrima la
vara.)
Y puesto que estamos solos,
señor don Álvaro, hablemos
más claramente los dos,
sin que tantos sentimientos
como vienen encerrados
en las cárceles del pecho
acierten a quebrantar
las prisiones del silencio.
Yo soy un hombre de bien,
que a escoger mi nacimiento
no dejara (es Dios testigo)
un escrúpulo, un defeto
en mí, que suplir pudiera
la ambición de mi deseo.
Siempre acá entre mis iguales
me he tratado con respeto;
de mí hacen estimación
el Cabildo y el Concejo.
Tengo muy bastante hacienda,
porque no hay, gracias al cielo,
otro labrador más rico
en todos aquestos pueblos
de la comarca; mi hija
se ha crïado, a lo que pienso,
con la mejor opinión,
virtud y recogimiento
del mundo; tal madre tuvo,
téngala Dios en el cielo.
Bien pienso que bastará,
señor, para abono desto,
el ser rico, y no haber quien
me murmure; ser modesto,
y no haber quien me baldone;
y mayormente viviendo
en un lugar corto, donde
otra falta no tenemos
más que decir unos de otros
las faltas y los defetos,
y ¡pluguiera a Dios, señor,
que se quedara en saberlos!
Si es muy hermosa mi hija,
díganlo vuestros extremos...
Aunque pudiera, al decirlos,
con mayores sentimientos
llorar. Señor, ya esto fue
mi desdicha. No apuremos
toda la ponzoña al vaso;
quédese algo al sufrimiento.
No hemos de dejar, señor,
salirse con todo al tiempo;
algo hemos de hacer nosotros
para encubrir sus defetos.
Éste, ya veis si es bien grande;
pues aunque encubrirle quiero,
no puedo; que sabe Dios
que a poder estar secreto
y sepultado en mí mismo,
no viniera a lo que vengo;
que todo esto remitiera
por no hablar, al sufrimiento.
Deseando, pues, remediar
agravio tan manifiesto,
buscar remedio a mi afrenta,
es venganza, no es remedio;
y vagando de uno en otro,
uno solamente advierto,
que a mí me está bien, y a vos
no mal; y es, que desde luego
os toméis toda mi hacienda,
sin que para mi sustento
ni el de mi hijo (a quien yo
traeré a echar a los pies vuestros)
reserve un maravedí,
sino quedarnos pidiendo
limosna, cuando no haya
otro camino, otro medio,
con que poder sustentarnos.
Y si queréis desde luego
poner una ese y un clavo
hoy a los dos y vendernos,
será aquesta cantidad
más del dote que os ofrezco.
Restaurad una opinión
que habéis quitado. No creo
que desluzcáis vuestro honor,
porque los merecimientos
que vuestros hijos, señor,
perdieren por ser mis nietos,
ganarán con más ventaja,
señor, con ser hijos vuestros.
En Castilla, el refrán dice
que el caballo (y es lo cierto)
lleva la silla. Mirad
(De rodillas.)
que a vuestros pies os lo ruego
de rodillas y llorando
sobre estas canas, que el pecho,
viendo nieve y agua, piensa
que se me están derritiendo.
¿Qué os pido? Un honor os pido,
que me quitasteis vos mesmo;
y con ser mío, parece,
según os lo estoy pidiendo
con humildad, que no os pido
lo que es mío, sino vuestro.
Mirad que puedo tomarle
por mis manos, y no quiero,
sino que vos me le deis.
CAPITÁN
Ya me falta el sufrimiento.
Viejo cansado y prolijo,
agradeced que no os doy
la muerte a mis manos hoy,
por vos y por vuestro hijo;
porque quiero que debáis
no andar con vos más crüel
a la beldad de Isabel.
Si vengar solicitáis
por armas vuestra opinión,
poco tengo que temer;
si por justicia ha de ser,
no tenéis jurisdicción.
CRESPO
¿Que, en fin, no os mueve mi llanto?
CAPITÁN
Llantos no se han de creer
de viejo, niño y mujer.
CRESPO
¿Que no pueda dolor tanto
mereceros un consuelo?
CAPITÁN
¿Qué más consuelo queréis,
pues con la vida volvéis?
CRESPO
Mirad que echado en el suelo
mi honor a voces os pido.
CAPITÁN
¡Qué enfado!
CRESPO
Mirad que soy
alcalde de Zalamea hoy.
CAPITÁN
Sobre mí no habéis tenido
jurisdicción; el consejo
de guerra enviará por mí.
CRESPO
¿En eso os resolvéis?
CAPITÁN
Sí,
caduco y cansado viejo.
CRESPO
¿No hay remedio?
CAPITÁN
El de callar
es el mejor para vos.
CRESPO
¿No otro?
CAPITÁN
No.
CRESPO
Juro a Dios
que me lo habéis de pagar.
¡Hola!
(Toma la vara.)
(Salen los villanos.)
ESCRIBANO
¿Señor?
CAPITÁN
(Aparte.)
¿Qué querrán
estos villanos hacer?
ESCRIBANO
¿Qué es lo que manda?
CRESPO
Prender
mando al señor Capitán.
CAPITÁN
¡Buenos son vuestros extremos!
Con un hombre como yo,
y en servicio del Rey, no
se puede hacer.
CRESPO
Probaremos.
De aquí, si no es preso o muerto,
no saldréis.
CAPITÁN
Yo os apercibo
que soy un Capitán vivo.
CRESPO
¿Soy yo acaso alcalde muerto?
Daos al instante a prisión.
CAPITÁN
No me puedo defender;
fuerza es dejarme prender.
Al Rey desta sinrazón
me quejaré.
CRESPO
Yo también
de esotra; y aun bien que está
cerca de aquí, y nos oirá
a los dos. Dejar es bien
esa espada.
CAPITÁN
No es razón
que...
CRESPO
¿Cómo no, si vais preso?
CAPITÁN
Tratad con respeto...
CRESPO
Eso
está muy puesto en razón.
Con respeto le llevad
a las casas, en efeto,
del Concejo; y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena; y tened
con respeto, gran cuidado
que no hable a ningún soldado;
y a esos dos también poned
en la cárcel; que es razón,
y aparte, porque después,
con respeto, a todos tres
les tomen la confesión.
Y aquí, para entre los dos,
si hallo harto paño en efeto,
con muchísimo respeto
os he de ahorcar, juro a Dios.
(Llévanle
preso.)
CAPITÁN
¡Ah, villanos con poder!
(Vanse.)
¿Habéis
observado el largo y sosegado parlamento de Crespo, hablándole humildemente al
capitán como hombre y como padre? ¿Y cómo va subiendo la tensión al final en un
diálogo vivísimo que acaba con unas irónicas palabras y un rotundo "os he de
ahorcar, juro a Dios"? ¿Y la vara de alcalde, cuando primero la deja y ante la
actitud terca y prepotente de don Álvaro la toma de nuevo?
¡Qué
grande es el teatro! ¡Qué grande es la literatura!
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