Ayer
lo decía. Esto de la prisión permanente revisable no es cuestión de
“calenturas”, pero ni en un sentido ni en el otro. Ni se puede decir que sí al
calor de la indignación y la rabia, ni se puede decir que no, desmarcándose de
esa indignación y esa rabia para quedar por encima de los que la tienen, de los
que “no saben controlar sus emociones y lo mezclan todo”; de los que "no son como nosotros, que mantenemos la calma".
El
enfoque es otro, pienso yo. Se trata de ver la realidad por encima de las
posturitas políticamente correctas, nacidas a la sombra de la falta de
planteamientos políticos sólidos y coherentes. Es además una actitud muy propia
del despotismo ilustrado, todo para el
pueblo pero sin el pueblo, “porque el pueblo reacciona emocionalmente y
nosotros somos la élite intelectual pensante que sabemos lo que le conviene”,
deben pensar.
Hay
que partir de los hechos. Y es un hecho que desgraciadamente hay entre nosotros
personas que no pueden “andar por ahí sueltas”. Por la gravedad de sus delitos
y por el alto riesgo de reincidencia. Por maldad o enfermedad, no lo sé. Nunca
he sabido distinguir con claridad entre el enfermo y el hijo de puta.
Y es
de sentido común que cuando se pilla a uno de estos, después de que ya haya
hecho mucho daño, podamos tenerlo controlado de por vida, si es necesario. Eso
sí, con revisiones periódicas, por si algo ha cambiado. También es un hecho que
la gente puede cambiar. Así de simple veo el asunto. Por eso no acierto a
comprender dónde está el problema de la prisión permanente revisable. Porque en
los derechos humanos no, desde luego. Además, de derechos humanos, si alguien
tiene que hablar primero son las víctimas, si pueden.
La
cuestión está abordada desde hace siglos. Los filósofos Hobbes, Locke y Rousseau, entre otros,
la trataron a fondo. Y es muy sencilla. El individuo en una sociedad
civilizada renuncia a tomarse la justicia por su mano, justicia a la que tiene
derecho, a cambio de que esa sociedad cree las normas e instituciones
necesarias para protegerle haciendo justicia por él. Es uno de los aspectos
importantes del llamado contrato social.
El
problema está entonces en que si las instituciones no aplican las normas, o las
hacen inadecuadas e ineficaces, el contrato queda virtualmente roto, y no por
el ciudadano, que se siente desprotegido. Muy a gusto tomaría la justicia por su
mano; pero como es buena persona y sabe que “lo pillarían”, a él sí, se queda,
por decirlo de algún modo, doblemente jodido. Y siente que siempre ganan los
malos. Y esto es malo, muy malo.
Pero además, si luego sale por ahí un cantamañanas prometiendo justicia, mano dura, exclusión de
los diferentes y otras zarandajas semejantes, acabará llevándose el gato al agua. Y es lo
que está pasando en Europa. El ascenso de los populismos de “derechas” como
reacción a la incoherencia esencial de las “izquierdas” y a la tibieza, y al
miedo a que les llamen fascistas, de los partidos de “centro” y de “derechas”. La
suerte que tenemos en España es que la presión institucional y social sobre la
extrema derecha es tan brutal, que hoy por hoy no tenemos este peligro, tenemos
otros.
Desde
luego que hay otras causas que explican esto, pero esta estupidez de pretender
derogar la prisión permanente revisable, es un muy claro exponente de esa forma
de hacer política tan "monina ella", tan "correcta", tan "ecuánime", tan hueca y tan insensata. Y esto también es malo, muy malo.
No
olvidemos que los totalitarismos, sean del signo que sean, no desaparecen; sólo
se esconden esperando la ocasión de salir de nuevo de sus guaridas. No les
allanemos el camino. Y no olvidemos que las personas renuncian a hacer justicia por su cuenta, porque confían y deben seguir confiando en que hay instituciones y leyes que la hacen por ellas.
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