Hoy el
papa Francisco ha canonizado a Pablo VI. Y he de decir que me alegra
profundamente poder decir en adelante san Pablo VI.
Pablo
VI fue el papa de mi infancia y juventud. Tenía yo 8 años cuando fue elegido, y
23 cuando murió de un infarto en Catellgandolfo.
Por mi
relación con la Iglesia sobre todo a través del Movimiento Junior, primero en
el ámbito parroquial y luego en el diocesano, tuvo en mí, Pablo VI, decisiva
influencia.
Viví
con gozo y con el entusiasmo de la juventud su valiente presencia en el
Concilio Vaticano II y su posterior aplicación. Vi cómo cambiaba la Iglesia de
arriba a abajo y abría puertas que aún hoy nadie se ha atrevido todavía a
cruzar. En ello está el papa Francisco, y sólo él sabe el dolor y sufrimiento
que esto le está causando.
En
España, por sus difíciles relaciones con el gobierno de Franco, no tuvo buena
prensa en amplios sectores de la sociedad. Recuerdo feos comentarios sobre él,
desdibujados por un vago respeto por el hecho de ser, después de todo, el Papa.
Me molestaban.
Recuerdo
también la carta dirigida a los secuestradores de su amigo Aldo Moro,
pidiéndoles de rodillas, en el nombre de Cristo, su liberación. El Papa, de
rodillas ante unos terroristas. Aldo Moro apareció muerto al día siguiente.
Ya
mayor, presintiendo su muerte escribe con extrema humildad sobre su vida: “Aflora
a la memoria la pobre historia de mi vida, (…) débil, enclenque, mezquina, tan
necesitada de paciencia, de reparación, de infinita misericordia. (…) Mi
elección indica dos cosas: mi pequeñez; y tu libertad misericordiosa y potente,
que no se ha detenido ni ante mis infidelidades, mi miseria, mi capacidad de
traicionarte”.
Pero
este reconocimiento de su humana debilidad no le quita el asombro ante el hecho de la
vida y su gratitud por ella. Dice: “Esta vida mortal es, a pesar de sus
vicisitudes y oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho
bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno
de ser cantado con gozo y gloria: ¡la vida, la vida del hombre!”
Ya es
santo de Dios y de la Iglesia este hombre que cargó sobre sus hombros una tarea
titánica, formidable, cuyos frutos siguen y seguirán presentes entre nosotros.
Agradecimiento
por su vida y alegría por su canonización.
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