El
paso de los días, los meses, los años, van llenando la vida de pesos, de
cargas, de trabas que a menudo no identificamos como tales. Acabamos
instalándonos en ellas sin darnos cuenta de que como vampiros silenciosos nos van
chupando la sangre. Y la vida acaba siendo menos vida.
Pero a
veces sucede que determinados acontecimientos llegan como una tormenta
formidable y ya nada vuelve a ser como antes era. Y cuando esto sucede pienso en el bonito Cántico de Ezequiel, para intentar entender...
Os
recogeré de entre las naciones,
os
reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré
sobre vosotros un agua pura que os purificará:
de
todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar;
y os
daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré
de vuestra carne el corazón de piedra
y os
daré un corazón de carne.
Os
infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos,
y que
guardéis y cumpláis mis mandatos.
Y
habitaréis en la tierra que di a vuestros padres.
Vosotros
seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
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