Es muy
rico el español en adjetivos para calificar la ocurrencia de pintar de amarillo
la cruz del Aneto y de “decorar” con lacitos del mismo color la imagen de la
Virgen del Pilar situada junto a la cruz. Ofensiva, desagradable, estúpida,
ridícula, absurda, irrespetuosa, delirante…
A todo
montañero bien nacido, montañero de verdad, de los que entienden qué es la
montaña, le debe resultar algo intolerable y repugnante. Y cuánto más a los
montañeros aragoneses, pues para ellos es una ofensa y una afrenta por partida
doble.
Primero
porque el Aneto, como techo de los Pirineos, ha sido, es y será lugar de
encuentro, de gozo, de alegría, de brindis y abrazos, de emoción hasta las
lágrimas. Y lo digo por experiencia. Poner allí un signo de doloroso e
innecesario enfrentamiento es absolutamente intolerable y vergonzoso.
Y en
segundo lugar porque el acto tiene mucho de expansionismo (todos los
nacionalismos radicales son expansionistas), de reivindicación de la supuesta
catalanidad de la cima del Aneto. No, señor, ¡no! El macizo de la Maladeta es
íntegramente aragonés, y el Aneto, cumbre más alta del macizo y de la
cordillera entera siempre fue, es y será aragonés.
Ahora
bien, esto, siendo irritante, tiene solución. Van a subir a limpiar la cruz y
la imagen de la virgen, y la Guardia Civil busca a los enfermos que han hecho
el disparate. Y además, después de todo, las montañas ya existían antes que
nosotros, que nuestras patéticas rencillas, que nuestras estúpidas fronteras.
El Aneto seguirá ahí cuando de nosotros ya no quede ni la más lejana memoria.
Sin
embargo, siendo una acción suficientemente calificada ya en este escrito, no es
nada en comparación con el daño inmenso que el delirio de estos individuos está
causando. Quiebra del estado de derecho, enfrentamiento social, adoctrinamiento
sistemático de niños y jóvenes, falseamiento de la historia, enfrentamientos en
pueblos y familias, represión de la mitad de la población, demagogia llevada
hasta el paroxismo…
La
cruz del Aneto volverá a brillar limpia, junto a la Virgen del Pilar, allá
arriba, a 3404 metros, en el cielo de Aragón. Y abajo, muchos hombres, muchos
pobres hombres, seguirán rompiéndose la cara, arruinándose la vida y
arruinándola a los demás por tristes fronteras que pretenden defender patéticas
y endogámicas identidades.
¡Tantos
y tan entrañables recuerdos tengo de esa cruz! Cuando el 20 de julio de 1984
llegué a ella por primera vez, solo. Años después con Isabel; era el 21 de
agosto de 1987, su primera cima pirenaica, y la realización de lo que para ella
era un sueño inalcanzable. Allí, junto a esa cruz, los dos fuimos felices y
contemplamos lo que ya era para nosotros una tierra tan querida como la que
nos vio nacer.
O
cuando unos años antes había subido a la montaña con un grupito de amigos. Uno
de ellos había tenido un año duro, muy duro, hasta el punto de estar muy cerca
de la muerte. Llegamos los primeros aquel día, y no olvidaré nunca cómo tras
cruzar el paso de Mahoma se lanzó sobre la cruz, se abrazó a ella y rompió a
llorar. El cielo era de un azul intenso, hacía frío y el sol aún estaba muy
bajo sobre el horizonte; las brumas colmaban algunos valles…
¿Sabéis
lo que os digo? Que después de todo, y tras escribir esta última parte, los
desgraciados que hayan hecho eso me dan toda la pena del mundo porque han caído
en el lado oscuro de la vida, en lado oscuro de la historia.
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