Ha
empezado, anunciando el próximo verano, la fiesta de las adelfas; del baladre
como también se llama. Es todo un espectáculo del que poca gente habla. Es como
si no estuvieran.
Quizá
sea porque las tenemos por todas partes, en jardines, en carreteras, en
autovías y autopistas, en el campo, en el monte... O quizá porque es muy
venenosa toda ella.
El
caso es que no le hacemos mucho caso. Y es una planta preciosa. Sus capullos de
un rojo intenso; la flor formando ramilletes, con sus característicos colores; y la
planta, de gran porte muchas veces, con sus verdes hojas contrastando con el suelo seco y las abundantes flores.
Pero
lo más impresionante, y eso es algo que vale la pena ver, es internarse por una
de nuestras muchas ramblas y contemplar cómo del suelo seco, polvoriento y
pedregoso, y bajo un sol abrasador, surgen las adelfas convirtiendo el paisaje
en una auténtica maravilla.
Nuestro
secular desprecio por este ecosistema tan nuestro, ha convertido desde siempre
las ramblas en vertederos, escombreras y, en el mejor de los casos, en lugares
para hacer el burro con vehículos diversos tales como motos, quads, 4X4…
Hay
otra manera de acercarse a las ramblas. Andando sin prisa, bien protegidos del
sol y con agua abundante. Si no la habéis hecho nunca, ahora es el mejor
momento.
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