Iba yo
con la moto por la autovía del Turia, entre Casinos y Liria. Es un tramo recto
con muy buena visibilidad. Circulaba a 120 Km/h. cuando me dispuse a adelantar
a un camión.
Miré
por el retrovisor para cambiar de carril y vi que atrás, muy lejos todavía,
venía un coche. Me acerqué más al camión antes de adelantarle, sólo unos
segundos, y cuando fui a hacerlo no me dio tiempo ni de mirar el retrovisor,
pues el coche que había visto lejos un momento antes nos pasó al camión y a mí,
casi rozándome, a una velocidad descabellada.
Faltó
nada para que el indeseable individuo se me llevara por delante, y desde luego,
me hubiera enviado “al otro barrio” por la vía rápida, y nunca mejor dicho. A
mí o a cualquiera que hubiera caído en la trampa que supone ver un vehículo
lejos, calcular lo que tardará en llegar a donde tú estás, y que ese cálculo
sea erróneo por la velocidad inesperada y excesiva del vehículo en cuestión.
Hideputa
y malnacido es sólo algo de lo que le dije. Y durante tiempo se me quedó la inquietud
de que sigo vivo de milagro por culpa de un imbécil, un descerebrado, un
delincuente. Y a eso no hay derecho. La vida es algo lo suficientemente
importante como para no jugar ni con la propia ni con la de los demás.
Y esto
viene a cuento del accidente que, por exceso de velocidad, le ha costado la
vida a un futbolista. La cobertura mediática del suceso mostrando los homenajes
de los que ha sido objeto, y estos mismos homenajes, me han producido una gran
desazón. Incluso, lo reconozco, me han cabreado.
Quiero
pensar que lo homenajeado ha sido el futbolista en cuanto futbolista, la fama
que saber darle al balón conlleva. Y al hecho de que más allá de tan vanos
oropeles, después de todo, es una persona que ha muerto. Y eso, sea quien sea
la persona, exige respeto.
Por lo
demás, si hubiera sobrevivido debería haber acabado en la cárcel. Y debería
haber pedido perdón a todos esos miles de niños y jóvenes para los que los
futbolistas son modelo a seguir, por actuar de un modo tan absurdo, tan
irresponsable, tan estúpido. Por creerse un dios al haber alcanzado la fama y
el dinero, y actuar como tal, por encima de las leyes de los hombres, por
encima del bien y del mal, por encima del resto de los mortales a los que sí
preocupa la multa o la pérdida de puntos, o el daño que a otros puedan hacer.
Circular,
fuera de un circuito, a más de 200 Km/h. es injustificable. Es un delito grave.
Es una conducta aberrante. Y no admite excusas de ningún tipo. En cualquier
caso algún agravante, pero ahí ya no entro.
Sí,
esta historia me ha dejado un extraño sabor de boca. La desagradable certeza de
que cada vez entiendo menos el mundo en el que vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario