La
letra mata, el espíritu da vida. Estas palabras se han leído en la misa de hoy
que oía casualmente por la tele. Y yo, que las escuchaba de refilón haciendo
otras cosas, me he sorprendido diciendo ¡claro! Es lo que digo muchas veces de
mil maneras porque es perfectamente aplicable fuera del ámbito religioso.
Aplicable al quehacer cotidiano, a la política, a la educación, a todos los
ámbitos de la vida.
¡Qué
diferente sería la sociedad y nuestra vida si entendiéramos esto de verdad! Porque
no se trata de ceñirnos a lo escrito, buscando amarrarnos a los flecos que
siempre deja el lenguaje, a las interpretaciones textuales. Esa es la forma de
actuar de los tramposos, de la mala gente, y de los integristas, de los
talibanes, que decimos ahora.
Hay
que buscar más allá de la letra el espíritu de esa letra. Hay que llegar a la intención
de quien escribió eso para saber qué es lo que realmente quiso decir con esas
palabras.
Por
eso me ha crispado y me ha irritado el juicio a los implicados en el “procés”. Porque
cuando escuchaba los argumentos de la defensa he visto cómo esos abogados,
defensores de los encausados, se amarraban vilmente a la letra, a menudo de
modo ridículo por increíble, aunque aparentemente muy legal, ignorando,
despreciando o tergiversando el significado real, el espíritu que hay detrás de
la letra, adulterando la palabra hasta lo inverosímil.
Hoy
acaba. Ha sido un alarde de demagogia alucinante. No sé lo que pasará, cuáles
serán los veredictos, pero el daño causado a la sociedad y al estado de derecho que la protege, por haber tenido que
soportar semejante desatino, está hecho.
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