Llevo
toda la vida, como quien dice, recogiendo en una bolsita la basura que
encuentro cuando ando por los montes. He de reconocer que a veces me canso de
hacerlo e insulto al cerdo que ha tirado el sobrecito de glucosa, el papelito
de las barritas energéticas, o el envase de la mermeladita “megahipergigatónica”
que se ha metido en el cuerpo el susodicho cerdo sin pararse siquiera, imagino,
para llegar antes no sé a dónde ni por qué. Pero claro, no me oye.
Hasta
las narices estoy del asunto. Pero mira por donde hoy he descubierto que esta
actividad tiene nombre y está de moda. Se llama plogging. ¡Flipao me he quedado! Resulta que llevo toda la vida haciendo
plogging sin saberlo. Soy un ploggingman.
¡Qué fuerte nano! Soy un ploggingman. O sea un tipo que hace ploggging. Se dirá así, ¿no?
Y me
ha venido a la cabeza aquella vez, hace años, que subiendo al Aneto, un
individuo que iba delante de mí, en un paroncito, se bebió una coca-cola y tiró
el envase al glaciar. ¡Cantaba que no veas el botecito sobre el blanco de la
nieve! Un amigo suyo le reconvino, y el respondió, “el hielo se lo come todo”.
Entonces yo, que esperaba detrás, sin decir nada, lo recogí y lo metí en mi
mochila. Su mirada me taladró, pero ni él ni yo nos dijimos palabra.
Ahora
sí le hubiera dicho algo. Le hubiera dicho, “es que hago plogging, soy un ploggingman.
¿Tú no? Únete a la peña plogginguera,
colega”. Y a lo mejor hubiera dado unas palmaditas de alegría y se hubiera
hecho también ploggingman.
¡Hay
que ser gilipollas! De verdad que me da vergüenza ajena tanta estupidez, memez,
simpleza y… Bueno, me callo. Aunque he de reconocer que lo único bueno del
asunto es que si, por esta nueva imbecilidad anglosajona, el personal recoge la
basura que tantos cerdos tiran por ahí, algo hemos ganado.
Pero
que tenga que ser un ridículo palabro ajeno y no el respeto al medio ambiente
lo que logre esto es bien triste y bien ridículo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario