Quiero
saludar al verano recién estrenado, esperando que sea benévolo, con un texto de
Platero y yo, que como todos, si lo lees despacio, dejándote arrastrar por las
imágenes que describe, parece que estés contemplando esta nueva estación
pintada en unos lienzos.
Los
tábanos, la chicharra en el pinar, la luz cegadora que envuelve el paisaje, la
calina asfixiante, las flores, un pájaro…Y al fin la sombra del nogal grande,
las sandías, ese crujido refrescante al abrirlas, y las campanas del pueblo, a
lo lejos, en la calma de la tarde de estío rota solo por las chicharras y los guardas
de los huertos…
Platero
va chorreando sangre, una sangre espesa y morada, de las picaduras de los
tábanos. La chicharra sierra un pino, que nunca llega... Al abrir los ojos,
después de un inmenso sueño instantáneo, el paisaje de arena se me torna blanco,
frío en su ardor, como fósil espectral.
Están
los jarales bajos constelados de sus grandes flores vagas, rosas de humo, de
gasa, de papel de seda, con las cuatro lágrimas de carmín; y una calina que
asfixia, enyesa los pinos chatos. Un pájaro nunca visto, amarillo con lunares
negros, se eterniza, mudo, en una rama.
Los
guardas de los huertos suenan el latón para asustar a los rabúos, que vienen,
en grandes bandos celestes, por naranjas... Cuando llegamos a la sombra del
nogal grande rajo dos sandías, que abren su escarcha grana y rosa en un largo
crujido fresco. Yo me como la mía lentamente, oyendo, a lo lejos, las vísperas
del pueblo. Platero se bebe la carne de azúcar de la suya como si fuese agua.
¡Feliz
verano!
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