Dice la RAE:
Emigrar. Del
lat. Emigrāre.
1.intr. Dicho de una persona: Abandonar su propio país para
establecerse en otro extranjero.
2.intr. Dicho de una persona: Abandonar la residencia
habitual en busca de mejores medios de vida dentro de su propio país.
Inmigrar. Del
lat. Immigrāre.
1.intr. Dicho de una persona: Llegar a un país extranjero
para radicarse en él.
2.intr. Dicho de una persona: Instalarse en un lugar
distinto de donde vivía dentro del propio país, en busca de mejores medios de
vida.
Migrar. Del
lat. Migrāre.
1.intr. Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro
diferente.
Me
hago una pregunta. ¿Por qué, desde hace algún tiempo, todos los medios de
comunicación, como siguiendo una, tan misteriosa como oscura orden superior,
han eliminado las palabras emigrante e inmigrante dejando solo migrante?
La
renuncia a estas dos palabras, sustituyéndolas por otra menos específica, debe
tener alguna explicación que a buen seguro responderá a imperativos de lo
políticamente correcto y, por supuesto, a una determinada ideología que, una
vez más, violenta y empobrece el lenguaje.
Sin
embargo esta explicación no me convence del todo, porque si realmente responde
a una determinada ideología, no todos deberían haber excluido las palabras
emigrante e inmigrante. Y lo han hecho todos. A no ser que esa ideología
imperante, asociada al “progreso” y a lo políticamente correcto, haya adquirido
tanta fuerza que ya nadie se atreva a ir contracorriente.
No
sería la primera vez que esto ocurre. Con las cuestiones relacionadas con el
género, por ejemplo, personas e instituciones han desoído las directrices y
consejos de la RAE, plegándose como mansos corderitos a las de políticos y
sindicatos de una clara y explícita tendencia ideológica. Como en plena Edad
Media, como en cualquier dictadura que se precie, el poder machaca y excluye a
la ciencia y al conocimiento, y por miedo, casi todos renuncian a sus
principios. Recordad el e pur si muove.
En el
caso del que hablo ahora, si yo me voy a vivir a Suiza porque hay muchas
montañas, o a Islandia porque hace fresquito, independientemente de que vaya con
dinero, primera acepción, o sin dinero, segunda acepción, seré un emigrante español,
y un inmigrante en Suiza o Islandia. En ambos casos sería un migrante, ¡claro!
No
acierto a comprender qué tiene de malo renunciar a esta aclaración de la
realidad que nos regala el lenguaje. Aunque si bien lo pienso, puede responder a
esa necesidad enfermiza de nuestra sociedad de no llamar a las cosas por su
nombre, quizá porque hacerlo nos podría llevar a caer en la cuenta de la imperceptible
pero eficaz manipulación a la que estamos sometidos.
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