Hace
ya muchos años, cuando aún existía la EGB, aparte de lengua española daba
educación física a los alumnos de los que era tutor, el B, y a los del A. Eran
otros tiempos.
Era
primavera y el río se había desbordado hacía poco, por lo que al volver a su cauce
había dejado toda la ribera embarrada y llena de enormes charcos. Y entonces se
me ocurrió una actividad diferente para la clase de gimnasia, que decíamos.
Les
dije que trajeran ropa deportiva vieja y material para ducharse después de
clase. ¿Para qué? decían. ¡Ah! sorpresa.
Llegado
el día me los llevé, eran casi 40, al río, y bajo el puente viejo les di las
instrucciones. Vamos a ir trotando. Cuando pite una vez, cuerpo a tierra,
estéis donde estéis. Cuando pite dos veces, nos levantamos y seguimos. No se
esquivan ni charcos, ni lodazales.
La
cara de sorpresa fue digna de ser grabada, y un vídeo de aquella clase, hoy se
haría viral, como dicen. Y empezó la actividad. Algunos se entregaron desde el
principio en cuerpo y alma, a otros les costó un poco, pero acabaron entregándose sin
reservas. El tabú de pisar charcos y ensuciarse lo habían roto, y la sensación
de libertad se trasformó en una fiesta tan inesperada como gozosa, y sana.
A
medida que nos íbamos rebozando en el barro como croquetas, el vernos así unos
a otros añadió a esa peculiar fiesta de libertad una risa incontenible. Y
felices todos, yo el primero, regresamos al cole y entramos a los vestuarios. Y
claro, aquí surgió el problema, porque por mucho cuidado que llevaron los
chiquillos, las instalaciones sufrieron las consecuencias.
Sabía
que el director me llamaría. Entré en el despacho y me dijo, muy serio, “espero
que tenga una justificación pedagógica”. Y esa frase se la recordé el otro día,
en mi cena de jubilación, a la que asistió, porque me pareció la más acertada
que podía haberme dicho.
Le di
la justificación, porque la tenía, y la entendió e incluso compartió, pero me
hizo ver los “daños colaterales” que sufría el servicio de limpieza. Y me supo
mal, y ya no lo hice con el otro grupo, lo que aún me recuerdan algunos cuando
me ven. No sé si hice bien.
Eran
otros tiempos ¿verdad? Hoy habría que hacer papeles antes justificando por escrito
todo, e incluyendo la actividad en multitud de documentos tan farragosos como
inútiles, y después una sesuda evaluación, con encuestas de satisfacción
incluidas y demás zarandajas. También habría que pedir autorización a los padres
para llevar a los niños al río y más aún, para rebozarlos en barro. Y quién
sabe qué más mandangas que puedan ocurrírseles a los iluminados de los
despachos que, como expertos, deciden sobre lo que ni saben ni quieren saber.
Por
eso, aquel espero que tenga una
justificación pedagógica, sin más, me pareció y me parece la respuesta
justa y necesaria a una acción educativa de las que hoy ya no se pueden dar.
Hoy la seguridad mata a la libertad; el miedo, a la creatividad; la letra, al
espíritu. Y la educación sin libertad, sin creatividad, sin espíritu, sin alma,
no es educación. Será otra cosa.
Aún
hoy, echo de menos haber podido rebozar en barro también al otro curso. Y
cuando algún antiguo alumno de aquel curso, casado ya y con hijos, me lo dice, a nosotros no nos llevaste, va
afianzándose en mi mente una idea. El día que el río se vuelva a salir, si eso
ocurre, estoy a disposición de quien quiera desquitarse y hacer muchos años
después, aquella clase de gimnasia.
Sería
toda una experiencia. Se aceptan retoños.
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