Los
días de poniente, cada vez más fuerte, que se avecinan, me hacen temer
demasiado pronto, aún estamos en invierno, por nuestro montes, pero esto a
nadie parece preocuparle lo más mínimo, pendientes de otros asuntos más en boga
en estos momentos.
De
todas formas, si bien lo miras, no hay nada que hacer, pues al abandono de
miles y miles de hectáreas se le añade el cambio climático, aquí más que
evidente.
Todos
nuestros montes penden de un hilo. Las masas forestales antiguas, bien
conservadas, son tan vulnerables como las quemadas y regeneradas de modo
natural, es decir sin que nadie haya intervenido, lo que es un disparate y una
irresponsabilidad. Y esto es así porque estas últimas son un auténtico polvorín, y es en estas zonas en las que el fuego puede empezar muy fácilmente y
extenderse sin posible control. Además, si en febrero el poniente nos sube las
temperaturas a 27ºC, ¿qué será en agosto? Todo está apunto para el desastre.
El
ecosistema mediterráneo, el nuestro, ha llegado hasta nosotros gracias a la
interacción permanente con el hombre. El éxodo rural provocó su abandonó. Pronto llegó el fuego, y tras el
fuego un segundo abandono, lo que permitió un crecimiento descontrolado de la
vegetación. Esto rompió ya del todo el equilibrio entre hombre y naturaleza.
Nadie
ha hecho nada por restablecerlo. Y el problema es que restablecerlo, limpiando
el monte, controlando la regeneración natural, manteniendo buenos accesos, es
una inversión imposible de asumir por ninguna administración pública, por bien
que vaya la economía.
Y aquí
está el problema. Sólo pasando la gestión de todas las masas forestales a
empresas privadas especializadas, debidamente controladas, se podría hacer
frente a la catástrofe que se nos avecina. Pero para ello habría que garantizar
a estas empresas un largo período de explotación, para que les resultara
rentable. Crearían puestos de trabajo, fijarían población, mantendrían los
accesos en buen estado y el fuego sería un mal recuerdo. Y no nos costaría un
duro.
Pero
claro, para hacer esto, haría falta primero plantear una gestión a muy largo
plazo; en segundo lugar tener claro que esto no es la selva, que en nuestros
montes hay que intervenir y mucho para que sean sostenibles; y en tercer lugar
tendrían que ponerse de acuerdo los políticos para hacer todo esto, y eso es
imposible.
¿Imposible?
Sí, imposible, imposible del todo. Pero esto lo explicaré en la siguiente
entrada, para no hacer esta demasiado larga.
En
esta comentaré la foto que hay a continuación. Todo esto lo quemaron, no me
gusta decir se quemó, y con el tiempo han salido otra vez miles de pinos. Se
ven en el segundo plano de la foto, tan apretados entre sí que no se hace
grande ninguno, que no dejan crecer al sotobosque, y que crean un terreno
totalmente intransitable que se convierte en un polvorín imposible de apagar
y fácil de prender.
En el
primer plano se ve una zona donde se ha intervenido dejando sólo pinos a una
distancia adecuada unos de otros, y a su vez de otras especies como alcornoques, enebros o carrascas; los pinos han crecido claramente más; podrá salir sotobosque,
romeros, tomillos, aliagas; será más difícil empezar un fuego y más fácil
apagarlo; el terreno es transitable…
Pero
esta intervención, que es la que habría que hacer en todo el terreno forestal,
la hacen solo algunos metros a los lados de ciertas pistas forestales. No hay
dinero para más, ¡claro!
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