Una de
las palabras de moda es visibilidad; a la vista está, es muy visible la palabra
visibilidad porque todo, todo debe ser muy visible, bien para ser ensalzado,
bien para ser condenado, pero muy visible.
Y ahí
está el problema, que no todo debe ser visible, no todo requiere de
espectadores. Hay cuestiones que sí, desde luego, cuestiones que deben ser muy
visibles, cuestiones de las que todo el mundo debe enterarse.
¿Y a
santo de qué viene esta reflexión a la hora de cenar? Pues al evangelio de hoy,
ese que dice, entre otras, "que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano
derecha" (Mateo). Siempre me han gustado estas palabras, y he intentado, e intento, en la medida
de lo posible, ser fiel a ellas, aunque la carne es débil, y a todos nos gusta
que el mundo vea nuestros brillos personales.
He
tenido recientemente un buen baño de visibilidad, que agradezco profundamente a
todos los que en él han participado, pero cuando hoy escuchaba en la iglesia
esas palabras de Jesús, he sentido de un modo especialmente intenso la necesidad de
la paz que me da la invisibilidad, que no el desprecio y el olvido; la paz que
siento en la soledad de las montañas, en la tranquilidad compartida del hogar, en
la conversación sosegada con el amigo…
Creo que en ese actuar con discreción, en hacer lo que hay que hacer porque hay
que hacerlo y no porque nadie lo vea, en ser capaz de jugar un buen partido a
puerta cerrada, aunque no haya virus por ahí sueltos, se esconde una paz
interior, ¿cómo decirlo? deliciosa.
Porque
después de todo, al fin, con toda la razón del mundo hemos de decir,"siervos
inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos" (Lucas).
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