Contemplaba
un día de estos lo que veis en la foto y pensaba en cómo fue antaño. Pequeños
núcleos de población se extendían por las montañas abancaladas donde se
cultivaban olivos, almendros, algarrobos… También había viñedos, y en las zonas
con agua, higueras y frutales.
La
tierra no cultivada era pinar limpio, porque la madera seca era leña necesaria
que se recogía y almacenaba, y el monte bajo era controlado por ovejas y cabras
que eran además carne, leche, queso…
Y
entre las aldeas, las masías y los corrales, una red de caminos y senderos
facilitaba las comunicaciones.
Sin
duda era una vida dura, pero era vida, que daba vida. Había armonía entre el
hombre y la naturaleza, equilibrio ecológico llaman ahora.
Pero
llegó el progreso y así ha quedado lo que fue montaña viva. El ecosistema
mediterráneo, sin la intervención directa del hombre, se destruye. Primero fue
el olvido, luego peregrinas teorías de ecologistas de porro y garito; y al fin, el
fuego certificando el desastre.
Ahora
no es más que una especie de estadio, sembrado de ruinas, para que los fines de
semana el personal queme su adrenalina sobrante…
Es lo
que tenemos.
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