Malos
tiempos corren para quien no tenga el “coco bien amueblao”, porque enfrentarse
con serenidad al coronavirus no es fácil; y no por el bicho en cuestión, sino
por el tratamiento que los medios de comunicación están dando al asunto y las
consecuencias que ello conlleva.
Cierto
que hay que informar, y hay quien lo está haciendo muy bien, pero de ahí a
regodearse en el tema, a lanzarse casi gozoso a él como a una piscina, a
revolcarse como un cerdo en el lodazal que ha montado el maldito virus, hay
un abismo.
Y el
resultado para los informadores es más audiencia, del tipo que sea, pero para la gente es
miedo, angustia, incertidumbre, lo que provoca indeseables y peligrosos
comportamientos sociales que pueden acabar afectando gravemente a mucha gente y
restando eficacia a las instituciones, sobre todo las sanitarias, cuando más
falta hace que trabajen a pleno rendimiento y sin obstáculos.
La normal preocupación y la llamada a la prudencia que una
información adecuada provoca, se convierte en alarma y descontrol cuando esta
información es excesiva, reiterada y hasta truculenta; bulos aparte.
Yo
intento estar informado lo justito, ni más ni menos, huyendo de todo aquello
que no me aporta más información que la que necesito, cosa que no me cuesta
mucho, ya que estoy acostumbrado a ver la tele con el mando en la mano y a escuchar
la radio con la tecla del volumen siempre próxima. Por salud mental.
Y por
lo demás, pues tiempo al tiempo que, como dice Cervantes, suele dar dulce salida a muchas amargas
dificultades; suele. Así sea.
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