Hay
gente que tiene gracia para poner nombre a sus negocios. Hablábamos, Isabel y
yo, de cuatro que aparte de ser graciosos, tres de ellos están unidos a
nuestros anhelados viajes al Pirineo.
Uno
estaba en Zaragoza, cuando todavía había que atravesar la ciudad. Era un barecito
tipo quiosco, situado en una frondosa avenida, y se llamaba “El caracol peludo”.
En lo alto del chiringuito había un simpático caracol con un hermoso tupé. Nunca paramos,
pues pasábamos muy tarde y aún quedaba viaje, pero el sitio era encantador. No
sé si seguirá allí o no.
Otro
nombre gracioso lo tenía una verdulería situada en Biescas. Se llamaba “El tomate
veloz”, y sobre la puerta del establecimiento estaba el dibujo de un tomate con cara de velocidad y con esas rayitas que en los dibujos indican eso,
velocidad. La exposición de frutas y verduras, en la calle, era espectacular.
Ya no existe.
Un
tercero estaba en Benasque. Una tienda de fotografía, donde compraba carretes
de esos de antes; se llamaba "Rodolfoto". Supongo que el dueño se llamaría
Rodolfo. Nunca pregunté si era así o no. Tampoco existe.
Y hay
otro nombre que siempre me hizo gracia también, pero que nada que ver tiene con
los viajes al Pirineo. Era un bar que había en Valencia, por la zona del
Mestalla, y que tenía por nombre “El bareto de Anacleto”. Tampoco sé si su
dueño se llamaba así o no. Y tampoco sé si aún existe. Nunca tuve ocasión de
ir.
Negocios
con nombres simpáticos, de los que te pueden arrancar una sonrisa. Y eso es
bueno, muy bueno. Son chispas de humor, que falta nos hacen.
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