Ha
sido bonito. Esta mañana he ido a una tiendecita de las de toda la vida,
pequeñita y bien surtida, a por unas cositas que me faltaban para hacer la
comida.
Como
sólo se puede entrar de uno en uno, cuando yo estaba dentro ha venido otro
cliente, un señor mayor, que esperaba fuera. Al salir he visto que había
también un chavalillo de unos once o doce años con su hermanito pequeño cogido
de la mano, esperando.
Y
entonces ha sucedido. El señor mayor le ha preguntado al niño si tenía mucho
que comprar, a lo que ha respondido que no. Pues pasa tú, le ha dicho. Y cuando
el chavalín ha entrado lo ha hecho llamando por su nombre al tendero.
Ya no
he oído más, pero no me ha hecho falta para pensar, ¡qué bonito! La gentileza
de ceder el turno, y el hecho de ir a comprar a un lugar donde puedes llamar
por su nombre a quien te atiende. Como antes, cuando no teníamos tanta prisa y
la educación (la llamaban urbanidad) era un valor. Cuando ir a comprar era a
menudo algo más que ir a comprar. Como cuando no habíamos “progresado” tanto.
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