He
aprovechado esta mañana azul, después de tantos días grises, para andar un rato
por los montes. Mi deambular sin rumbo fijo, tomando caminos y senderos un poco
al azar, me ha llevado al corral de Barretes, y allí, sentado a la sombra del
pino grande, junto a la lagunilla, he tenido un encuentro literario con Juan
Ramón Jiménez, y su libro Platero y yo.
No
había nadie, y en la calma de la mañana, contemplaba los lirios amarillos que
hay en la orilla, la copa verde del pino bajo el cielo azul; escuchaba a los pajarillos; estamos
en abril...
Sí
estaba allí todo, hasta la mariposa. Por eso me ha venido a la memoria, me lo
sé de leérselo a mis alumnos año tras año, ese precioso capítulo del libro
titulado Melancolía. Si lo leéis, veréis que no era muy difícil recordarlo.
Esta
tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el
huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había
adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos. Cantaban los chamarices
allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo,
florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un claro
sueño de amor nuevo. Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar.
Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos me llenaban de preguntas
ansiosas. —¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como pienso, estás
ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles
adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí?
, Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no
había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio…
Casi me parecía que ya era por la tarde, y ver llegar por el camino al mismísimo Juan Ramón Jiménez con los niños, y pararse junto a los lirios…
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