Imagino
que esta guarrada pasará en otras partes del pueblo, pero la que yo más veo es la del
trayecto que he de realizar de casa al garaje, trayecto en el que es difícil
ver otra cosa que no sea el suelo.
¿Motivo?
Los excrementos perrunos. Ayer mismo contabilicé quince, alguno de ellos
incluso pegado a la pared en plan adorno de Navidad. Es realmente asqueroso y
vergonzoso tener que ir sorteando “obstáculos” cada vez que hago este
itinerario.
Los
vecinos del inmueble cuyo patio da a las escaleras, siempre muy sucias y
“excrementilmente” decoradas, deben estar hasta las mismísimas narices del
lamentable espectáculo que tienen a la puerta de casa, pues a las cacas
perrunas hay que añadir la basura que dejan pandillitas de adolescentes que van
allí a beber, fumar y charrar de sus cosas. A ellos, debe ser cosa de la edad,
les dan igual las cacas.
Y como
tengo claro que ni los cerdos humanos que abandonan los excrementos de sus
chuchos van a dejar de hacerlo, y que las pandillitas seguirán en sus rincones
habituales, no estaría de más que pasaran de vez en cuando a limpiar, y que la
policía echara algún vistazo a la zona con la esperanza de clavar alguna multa
más que merecida.
Sé que
no es posible tener el pueblo como esos pueblecitos suizos de postal, pero de
ahí a vivir en una pocilga hay un abismo. Y como la concienciación y la
educación dan frutos escasos y muy lentamente, acúdase mientras tanto a la
vigilancia y la sanción. Es lo que pido.
Es
triste, pero ¡qué le vamos a hacer!
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