Atardecer desde el Pic du Clot de la Hount, de 3289 metros, por encima de las nubes. |
Reanudo
la actividad en el blog, tras cinco días de “vacaciones”, narrando la breve
visita a un supermercado para hacer algunas pequeñas compras.
Serían
las cinco tarde, de una tarde gris y un punto fría, en la que el sirimiri, que
nos acompaña desde la noche pasada, vacía las calles, ya de por sí vacías, a la
vez que les da ese brillo que otorga el agua y que lo hace todo más limpio
mientras está ella.
En la
tienda, muy poco concurrida, me encuentro con una amiga a la que hace muchísimo
tiempo que no veo. Ni beso, ni abrazo, ni siquiera vernos la cara entera,
espejo del alma. Pero solo en los ojos reconocemos ambos las ganas inmensas de
poder volver a hacer todo esto alguna vez. Y la conversación discurre triste,
llena de nostalgia, con un fondo de esperanza al borde mismo de la
desesperanza; con un inmenso cansancio de la vida, de esta vida que arrastramos
ya hace más de un año.
Al
pagar, la cajera y yo nos conocemos, me dice sonriente, ¡hola Jesús! Sonrisa
que le devuelvo; sonrisas cruzadas, presentidas en los ojos. ¿Cómo va eso? Pues
bien, no nos podemos quejar, digo. Y entonces dice algo rotundo, tan cierto
como terrible. Al menos sonreímos, ¿verdad?, hay mucha gente que llora.
Salgo
a la calle, a la tarde gris, a la calle casi vacía, y camino bajo la fina
llovizna, y pienso que me encantaría recibir su fresca caricia en mi cara
descubierta…
Todo
parece estar sumergido en un baño de tristeza que ya dura demasiado tiempo. Y
la tristeza, prolongada en el tiempo es mala, disuelve lenta pero
implacablemente la vida porque va matando la esperanza, y la vida sin esperanza
ya no es vida. Y ese abismo me da miedo.
Y es
entonces, asomado a ese abismo, cuando recuerdo algo que todo montañero sabe
por experiencia. Por encima de las nubes el cielo es azul, y lo cierto es el
cielo azul, las nubes vienen y van. Y ese pensamiento, fruto de jornadas
inolvidables pasadas en la montaña, se convierte en un
faro en la noche.
Y
hasta pienso que esta tarde gris de primavera tiene su belleza, y la promesa de
días radiantes en los que la vida, como cada año, hará de la naturaleza una
fiesta.
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