No
quería hablar del asunto porque me resulta muy desagradable, pero haré el
esfuerzo, e intentaré además ser breve. La cuestión es las dichosas cartitas embaladas,
es decir, con balas.
Y no
es del hecho de ensuciar, una vez más, un proceso electoral. A eso estamos
tristemente acostumbrados. El hecho es la incoherencia y el cinismo absoluto que
supone el pollo que han montado con el asunto, tanto los medios de comunicación
como las víctimas de las misivas y sus incondicionales.
Yo
entendería que pusieran el grito en el cielo, como lo han puesto, si cuando a
aquel rapero impresentable lo encarcelaron, hubieran apoyado y defendido sin
ambages dicho encarcelamiento.
Pero
no. Los mismos que ahora se quejan y piden justicia por considerarse víctimas
de amenazas, de un acto violento, de algo intolerable en una democracia, se
quejaron también de cuando se hizo justicia con alguien que amenazaba, exaltaba y practicaba la violencia y era, en sus palabras y actos, la antítesis de la democracia.
Las
cartitas con balas están muy mal, fuera de sitio. Son condenables sin
paliativos. Pero aquel individuo, con su comportamiento y sus “canciones”
también. Eso sería coherencia.
Y esto
me resulta indignante y vergonzoso. Pero hay algo peor aún. Y es el hecho de
que si se han atrevido a montar este circo, es porque piensan que una gran
parte de los ciudadanos no se apercibirán de la incoherencia y el cinismo de su
actuación.
Y
tienen razón, no se apercibirán. Y eso da miedo.
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