Hay una cosa que nunca me ha gustado: el ver en una
clase una silla sobre la mesa, cuando están todos los demás alumnos en sus
pupitres.
Me resulta hiriente la visión de esas cuatro patas
desnudas hacia arriba. Me parece la denuncia excesivamente brutal de una
ausencia. Por eso, siempre que veo alguna en esta posición, si los alumnos no la han bajado,
cosa que suelen hacer, la bajo yo.
Hoy había una silla así, con un regalito del amigo
invisible esperando a su dueño. Y el dueño hoy no ha llegado. El hecho, y el
conocer la causa de la ausencia, me han producido una profunda tristeza. Era
muy triste esa silla así, con el regalito, esperando…La ausencia, aunque de un día, dolía, dolía mucho.
En jornadas duras como la de este martes, siempre pienso que se nos olvida
demasiadas veces que los niños no han pedido venir al mundo, que ese niño que
no ha venido hoy al “cole” no había pedido venir al mundo.
Los traemos nosotros, y eso es una inmensa, una
infinita responsabilidad, porque ellos están aquí por nosotros y nadie, nadie
tiene derecho a traerlos a un infierno; tienen derecho, por el puro hecho de
nacer, a que quienes les han regalado la vida, se la procuren plena y feliz.
Aún negándose a sí mismos. Lo contrario, dicho en plata, aparte de una
irresponsabilidad es una cabronada.
Esa silla del revés, con su regalito sin dueño, estará
presente en mí esta Navidad. Lo sé. Como estuvo presente el año pasado aquel
niño que el último día de clase antes de las fiestas, me vio por el cole y me dijo con una carita
que no olvidaré, “señor, puedes decir a mi mamá que me deje ver a mi papá”.
Muy, muy buena reflexión. Estoy totalmente de acuerdo debemos de hacerles vivir la mejor de las infancias, se lo debemos totalmente y, si no, que se lo hubieran pensado antes lo de tener un hijo.
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