En 11 minutos entra el invierno astronómico. El
solsticio de invierno. La fiesta romana del sol invencible. La entrañable
fiesta cristiana de la Navidad
muy cerca. Y el invierno, tres meses de invierno por delante.
Atrás quedó un otoño asfixiantemente seco por estas
tierras. Con lo que llovió ayer jueves, 5 litros , suman un total
de 16 en todo el otoño. Dieciséis litros en todo el otoño. ¡Increíble! y malo,
muy malo. Así está el monte.
Un otoño para olvidar. ¡Ojalá el invierno nos traiga
agua, y frío, como debe ser, y nieve incluso, si no es mucho pedir, aunque sea
en las montañas.
Para recibirlo os invito a leer este bonito capítulo
de Platero y yo titulado precisamente
“El invierno” y en el que Juan Ramón Jiménez se alegra de que llueva. Nos pasa
como a él. Isabel y yo tenemos ganas de un día gris, de lluvia, larga, pausada,
abundante, de un “día de contemplaciones”.
Dios está en
su palacio de cristal. Quiero decir que llueve, Platero. Llueve. Y las últimas
flores que el otoño dejó obstinadamente prendidas a sus ramas exangües, se
cargan de diamantes. En cada diamante, un cielo, un palacio de cristal, un
Dios. Mira esta rosa; tiene dentro otra rosa de agua, y al sacudirla, ¿ves?, se
le cae la nueva flor brillante, como su alma, y se queda mustia y triste, igual
que la mía.
El agua debe
de ser tan alegre como el sol. Mira, si no, cuál corren, felices, los niños
bajo ella, recios v colorados, al aire las piernas. Ve cómo los gorriones se
entran todos, en bullanguero bando súbito, en la yedra, en la escuela, Platero,
como dice Darbón, tu médico.
Llueve. Hoy
no vamos al campo. Es día de contemplaciones. Mira cómo corren las canales del
tejado. Mira cómo se limpian las acacias, negras ya y un poco doradas todavía;
cómo torna a navegar por la cuneta el barquito de los niños, parado ayer entre
la hierba. Mira ahora, en este sol instantáneo y débil, cuán bello el arco iris
que sale de la iglesia y muere, en una vaga irisación, a nuestro lado.
Feliz invierno.
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