Almorzando esta mañana, me ha llamado la atención un humilde plato de
cacahuetes que acompañaba a unas croquetas de jamón y un vaso de vino tinto. Había algo en ese plato que me interpelaba. Lo
contemplaba absorto cuando, de repente, de entre todos los cacahuetes uno me ha
hablado. Sí, me ha hablado un cacahuete y me ha dicho, “tú que puedes, habla
por mí”,”sabes por qué, ¿no?”. Y lo voy a hacer, sí señor, voy a hablar y a
escribir en nombre del cacahuete negro, ya que el pobre no puede hacerlo; no es
más que un cacahuete.
Hablo en nombre del cacahuete diferente. Hablo en
nombre de la mujer diferente, del hombre diferente, del niño diferente. Hablo
en nombre del que piensa diferente, del que ama diferente, del que siente
diferente, del que vive diferente. Hablo en nombre del que no le gusta lo que a
todos, del inclasificable, del que nada contra corriente, del que actúa según
su propia conciencia, del raro, del “friki”.
Hablo en nombre de los que a causa de ser el
cacahuete negro, y por fidelidad a sí mismos, pagan el alto precio de la
soledad. De no poder reposar nunca envueltos en el calor confortable de los
normales.
Y hablo también en nombre de los cacahuetes negros
que acaban negándose a sí mismos, ocultando, transformando su auténtico color,
con tal de vivir en ese calorcillo cotidiano en el que viven la mayoría de los
cacahuetes. Pero saben que en el fondo, en el fondo, están solos.
Pero también hay cacahuetes blanquitos, o sea color
cacahuete, que respetan y acogen a los diferentes, a los negros, a los con rabo
(hay cacahuetes con rabo), a los de corteza rota. A esos normales capaces de
acoger, de apoyar, de entender, de dar calor al diferente, gracias. Muchas
gracias en nombre del cacahuete negro. Y ¡ojo!, esto no es misericordia, es
justicia.
Y luego de hablar con él, me lo he comido. Estaba
orgulloso de que me lo fuera a comer. Feliz de que lo tratara como a cualquiera
de los que estaban en el plato. ¿Y sabéis lo que os digo? Que estaba muy bueno.
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