Texto escrito sobre la tumba de Antonio Machado en Collioure. |
Hoy hace 75 años que murió en Collioure Antonio
Machado, uno de mis poetas preferidos y quizá la puerta por la que entré a la
literatura.
Leyendo sus poemas en las clases de literatura en la EGB y luego en BUP y COU fui
descubriendo cómo a través del lenguaje se podía acceder a un mundo diferente,
un mundo que por una parte sirve de refugio para mejor soportar las
inclemencias de lo real, y que a la vez te sumerge en lo más hondo de ti mismo,
para poder así regresar a él renovado.
Desde aquí, mi agradecimiento a los “profes” de
literatura que me llevaron por esas sendas y mi agradecimiento a los alumnos
que me han dicho de palabra y obra que de algún modo, humildemente, hice lo
mismo con ellos.
Y quiero en este aniversario, acordarme de aquel
viaje de fin de curso de 8º de EGB al Pirineo que acabó con una visita a
Collioure y un homenaje a Antonio Machado, en cuyo cementerio reposa junto a su
madre.
Habíamos estudiado literatura en serio durante el
curso, en la EGB
se estudiaba literatura en serio. Los alumnos sabían de qué iba. Yo, que ya
había estado en varias ocasiones en Collioure, les había dicho que siempre hay
flores frescas en su tumba, como dicen los libros. Así que nosotros hicimos
también varios ramos de flores del Pirineo para llevárselas a Antonio Machado.
Recuerdo aquella tarde. Éramos muchos, alrededor de
60, pero al entrar al cementerio y ver la losa que cubre su sepultura, es lo
primero que se ve al llegar allí, las voces se hicieron murmullo y el murmullo
silencio. Había flores frescas. Y aquel silencio espontáneo de mis alumnos me sobrecogió.
Y como otras veces hago, salí de mi mismo y gocé la
escena desde fuera y desde muy dentro. Un grupo de chavalillos alrededor de una
tumba, a la sombra de unos cipreses. Unos dejaron los ramitos que habían
preparado y otros recitaron varios poemas que se habían aprendido de memoria.
Escuchar a un alumno allí en Collioure, en medio de un impresionante silencio
recitar a Machado, es una experiencia que no se olvida, que un “profe” nunca
olvida.
Como otras veces, la literatura se hace experiencia,
conciencia, vida. Y entonces deja de ser una asignatura más. Experiencias como
aquellas revientan las estrechas paredes del aula. Y el “profe”, consciente de
haber facilitado, no más que facilitado, la conexión entre Antonio Machado y
sus alumnos, se hace un lado, y deja, gozoso, que se produzca el encuentro, más allá del tiempo y del espacio,
entre un poeta, un hombre muerto en el exilio y un grupo de jóvenes con toda la
vida por delante, para trazar en ella sus propios caminos, porque como Antonio
el Bueno les diría, les dijo, “…caminante no hay camino, sino estelas en la
mar” Estelas como aquel día, estelas que nos dicen, por aquí pasó un buen
caminante, estelas que nos ayudarán a andar nuestro propio camino y que dejarán a su vez, una estela para otros, para los niños, por ejemplo, que ya tienen muchos de
aquellos alumnos.
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