Obdulia ¿sabes qué? Nosotras, yo, tú, Hildebranda, Nicolaedna, Petronia y Macaria somos las Guais de la clase; ¿a que sí? Pero sólo nosotras, ya lo sabes ¿eh? Alberta no, porque es gorda, Rigoberta tampoco porque es fea, Liboria porque lleva gafas tampoco y Ernesta porque es repetidora no puede ser tampoco de las Guais. Pero tú, como sí eres de las Guais, tendrás que dejar de ser amiga de Segismunda, no traerla más a jugar y no hablar más con ella porque nunca lleva ropa de marca y su padre trabaja en la basura, ¿sabes? ¡Puaj!
Y entonces Obdulia tiene dos caminos, con ocho, nueve,
diez, once años, tiene dos caminos. O el del “glamour” y el brillo de las Guais
o decir, y permitidme la expresión soez, “vete a la mierda” e irse a jugar con
Segismunda. Sí, decisión difícil que encima pagará cara.
El problema es que hay que tener las cosas muy
claras, tener un alma muy grande, para hacer esto a esta edad. Es difícil. Es
muy difícil. La adolescencia es otra historia. No hablo de adolescentes, hablo
de niños. Yo, ante un niño, una niña que fuera capaz de hacer esto a estas edades,
me postraría ante él, ante ella, con respeto, con un profundo respeto, porque
desde su infantil debilidad estaría enfrentándose, a pecho descubierto, al mal,
al mal con mayúsculas.
Estas cosas, dicen, han pasado siempre. Cierto. Pero
que hayan pasado siempre no significa que tengan que seguir pasando. Hemos de
avanzar. No podemos decir que son procesos normales de socialización en los que
los adultos no debemos intervenir. Los procesos normales que producen también
un dolor, pero asumible, son el “no te ajunto” para volver a jugar mañana, el “eres
tonto porque te han metido un gol”, para luego irse juntos a casa… El ejemplo
que os he puesto no es lo mismo. Eso son comportamientos perversos, malignos y
deben ser detectados y perseguidos. Ante estas conductas, que para nada son
cosas de niños sin más importancia, como se dice ahora, tolerancia cero.
¿Las causas? Multitud de causas de todo tipo.
Cuestiones genéticas, psicológicas, ambiente familiar, falta de valores, mala
educación pura y dura, mimos excesivos, sobreprotección, padres incapaces,
malas compañías…
¿La solución? Compleja, pero hay unas líneas de
acción básicas. Tener las cosas claras, lo que implica analizar primero las
situaciones, pues a menudo las cosas no son lo que parecen; no tener miedo a
comprometerse con las personas; reconocer la realidad de los hijos; reconocer
nuestros errores como padres, como profesores, como educadores en suma; tener
capacidad de escucha, empatía, respeto por los demás…pero sobre todo, tener muy,
muy claro que siempre hay que responder al mal con el bien. Y eso es lo más
difícil.
Porque cuando unos niños, unas niñas hacen eso, es
porque, por la causa que sea, el mal ha anidado en ellos, y la única manera que
conozco de extirpar el mal es tener el coraje de detectarlo, aunque esté en mi
propio hijo, y la fuerza suficiente para
extirparlo respondiendo al mal con el bien. Y hacerlo con decisión, con
serenidad, con coraje.
Hay que decirles a los que hacen daño, con cariño,
pero firmeza, que eso no se hace. Con nuestro ejemplo, demostrarles que
nosotros no hacemos eso. Si lo hacemos no hay nada que hacer, desde luego. Hay
que decirles que las gordas, las feas, las que llevan gafas, las repetidoras,
las que no llevan ropa de marca, los que juegan mal al fútbol, los que hablan
raro, los que sus padres son…”diferentes”, son personas con la misma dignidad y
el mismo derecho a ser felices que las “Guais”.
Os soy sincero. A mí, estas élites, a veces estos
individuos, porque a veces uno solo maneja todo el cotarro, me producen una
infinita tristeza y me hacen sentir asco, verdadero asco. Y me cuesta, me
cuesta responder a este mal con el bien, aunque creo que lo consigo. El cuerpo
me pide pegarles un tortazo, dejarles en
ridículo ante sus víctimas, o hacerles sentir el dolor que ellos provocan. Pero
no. Si respondemos al mal con el mal, éste se fortalece y se reproduce.
Paciencia, cariño, respeto, comprensión, misericordia
y no perder la esperanza de que estos niños, estas niñas dejen de hacer daño y
acaben encontrado el camino del bien y pronto, si es posible antes de la
adolescencia. Y hay que hacerlo por ellos y por todos los que sufrirán por su
culpa si no cambian de rumbo; por culpa de los que, en palabras de Dámaso
Alonso, han sido empañados, ya desde muy pequeñitos, con la mano húmeda de la
injusticia, del mal.
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando
apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.
(“La injusticia” de Hijos de la ira)
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