No sé si era una antigua serie de televisión, de esas
en blanco y negro, o una novela de mi juventud la que acaba con la frase
“indemne y con satisfacción del deber cumplido”. Me llamó la atención, y con
ella me quedé. Me pareció, desde que la entendí cabalmente, una bonita forma de
acabar algo. Quizá demasiado bonita.
Cuando ayer el Rey Juan Carlos I firmó su abdicación creo
que pudo haber dicho algo parecido. No lo mismo, porque si bien pienso que
puede irse con la satisfacción del deber cumplido, no se irá indemne. A buen
seguro se irá con heridas, como se va con heridas cualquiera que pelea, que
salta al ruedo y pelea. ¡Qué fácil es hablar desde el tendido!¡qué fácil juzgar
desde las gradas!
Con la satisfacción del deber cumplido. Sí, porque
más allá de que seamos monárquicos, republicanos o indiferentes, hay que
reconocer que ha estado a la altura de la historia, ha cumplido la misión que
el devenir del tiempo puso en sus manos.
Pero indemne no. Estoy seguro que se va con la herida
de la ingratitud de muchos, con la herida del silencio forzado por su cargo,
con la herida de los errores cometidos, con la herida de todo lo que se le ha
quedado por hacer después de lo mucho que ha hecho…
Por eso, la foto que encabeza esta entrada es una
foto para la historia de España, pero también para mi propia vida, porque
pienso que el día que yo “abdique” del trabajo al que he dedicado toda mi vida,
no sé si me iré, como puede irse el Rey, con la satisfacción del deber cumplido, pero lo que sí que sé es que no me iré indemne. No, indemne no. Seguro.
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