Este pasado fin de semana, como ya he dicho en la
anterior entrada, estuvimos en Torla. El sábado me levante temprano y me hice
una preciosa ruta que ahora describiré, mientras mis dignísimos y gloriosísimos
acompañantes hacían una excursión por el valle de Ordesa.
Cuando luego, por la tarde, nos encontramos, me
dijeron que Ordesa estaba a reventar de gente. Yo me había ido solo, y solo
pasé todo el día. No vi a nadie. Doce maravillosas horas sin ver un alma.
¡Soledad reconfortante y liberadora de la alta montaña!
Y es que esto es lo que pasa en los Pirineos desde ya
hace tiempo. En las montañas “con nombre” gente, a veces mucha gente. En los
valles más conocidos gente, también mucha gente. Y en el resto, que es casi
todo, soledad, la magnífica soledad de las montañas.
Que la soledad entraña un riesgo, ¡claro! Hay que
conocer el riesgo y asumirlo. Y punto. Por supuesto que prefiero ir acompañado,
pero de pocos y de los que me fíe. Tampoco me molesta encontrarme con alguien
en una cima o en un sendero perdido. Pero la montaña, yo al menos, la saboreo de
verdad en soledad o en buena compañía. Esa es para mí su salsa más exquisita.
Y en absoluta soledad hice el sábado un precioso
recorrido que inicié saliendo del hotel Villa Russell a las siete de la mañana.
Por el verde y húmedo camino de Laor fui ganando altura hasta, tras atravesar
el bosque, llegar a la ladera oriental del Mondeniero cubierta de hierba y
flores, más arriba de piedra, que me dejó en su cima, de 2295 metros. Desde
allí, las vistas del valle de Ordesa y del macizo del Monte Perdido son
alucinantes.
Después, tras gozar del espectáculo recorrí la cresta
hasta el Tozal de Comas, de 2342 desde donde el panorama es aún, si cabe, más
impresionante. El Vignemale, al norte, muy nevado, me contemplaba desde su altura.
Un reposado y encantador descenso por el barranco del
Zebollar, muy verde, rebosante de agua y flores, habitado por una numerosa
manada de sarrios, me dejó frente a la aérea peña que se eleva vertiginosa
sobre la garganta de Bujaruelo, peña a la que hay que trepar, pues su panorama
es hermosísimo. Desde allí, por un fresco sendero entre hayas y un camino
cortado a pico en las paredes de la citada garganta, llegué a las proximidades
del puente de los Navarros desde donde, primero por sendero y luego por
carretera regresé al hotel.
Un total de 23 kilómetros y 1641 metros de desnivel
en ascenso son los datos de la excursión. Empleé unas 10 horas, yendo sin
prisa, disfrutando en las cimas, alargando el descenso, parando a hacer mil
fotos…
Una buena ducha, una tarde apacible de paseo con la
familia y una exquisita cena en el restaurante El Duende, me dejaron a punto de
caramelo para una noche de reparador descanso y dulces sueños.
Aquí tenéis algunas fotos.
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Prados muy verdes y bordas iluminados por el sol de la mañana. |
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Las formidables paredes del valle de Ordesa se recortan en contraluz. |
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La sierra de Tendeñera, con su cima culminante, el pico Tendeñera, mostrando su cara sur, aún nevada. |
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Cima del Mondeniero. Destacan el Casco, el Marboré, El Cilindro y el Monte Perdido. |
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El impresionante macizo del Vignemale se eleva soberbio al norte. |
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Cima del Tozal de Comas. Panorama hacia el norte. |
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Las murallas de Ordesa se elevan a modo de grandioso decorado. |
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El valle de Ordesa aparece como una gigantesca herida de la tierra. |
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Los sarrios corretean sobre prados cubiertos de narcisos aún sin florecer |
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La garganta de Bujaruelo se adivina al fondo, bajando por el barranco del Zebollar. |
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Asomándonos a la cima de la Peña del Zebollar, se ve al río Ara bajando por Bujaruelo, al encuentro del río Arazas. |
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Desde la Peña del Zebollar el valle de Ordesa. |
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El sendero se interna en el bosque entre avellanos y pronto un bonito y umbrío hayedo. |
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Torla, de donde salí y a donde regreso. |
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Entrando en el pueblo, atrás queda el Mondarruego. Bosques y rocas sobre el verde valle. |
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Y al llegar al hotel, la foto del conde Russell sobre un mapa del Pirineo central ,me da la bienvenida. |
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