Me ha
hecho caer en la cuenta mi hermana, gracias a una artículo aparecido en Las
Provincias, que el pasado martes, 10 de mayo, se cumplió el centenario de la
muerte de Teresa, esposa “sin papeles” de Francisco.
Ya he
contado en el blog esta bonita y triste historia de amor y libertad, acaecida
hace mucho tiempo en un pueblo del valle de Arán llamado Bausén. Vuelvo a
contarla ahora añadiendo que, este próximo 16 de agosto, se celebrará en este
precioso pueblecito pirenaico, un homenaje a Teresa con la asistencia de sus
bisnietos.
La
historia dice, ya envuelta en brumas de leyenda, que a principios del siglo
pasado, dos jóvenes se enamoraron y decidieron casarse. Eran ambos de familias
humildes, honradas y trabajadoras. Cuando fueron a formalizar la boda a la
parroquia, les dijo el cura que a causa de su parentesco, excesivamente
próximo, era necesaria una dispensa de Roma, pero esto costaba dinero, mucho
dinero para ellos. ¿Qué podían hacer? Tanto el cura como los vecinos les
aconsejaron que se olvidaran del asunto de la boda.
Pero
Teresa y Francisco se querían, se querían de verdad, y no entendían que el
hecho de ser humildes les impidiera formar una familia, y enfrentándose al
pueblo entero, ¡ojo, a principios de siglo XX y en un pueblo perdido en las
montañas! decidieron vivir juntos en la pequeña casa que, con ilusión y
esfuerzo, habían construido para que fuese su hogar.
Afrontando
el inicial rechazo de todos y afirmándose en su profundo y mutuo amor,
siguieron viviendo y trabajando en su pueblo, en sus montañas. Pasaron los
años, años de soledad y desprecio, pero el amor estaba ahí y dio sus frutos.
Llegó primero un niño y después una niña. Con el tiempo, el rechazo del pueblo
fue poco a poco suavizándose... Pero entonces Teresa enfermó, enfermó
gravemente, y murió. Tenía 33 años. Era el 10 de mayo de 1916.
Cuando
Francisco fue a la parroquia a preparar el entierro, de nuevo se encontró con
una terrible respuesta. Eran pecadores públicos, y Teresa no podía ser
enterrada en sagrado.
No
puedo ni imaginar, la tristeza, la rabia, la desolación de Francisco. Pero
entonces el pueblo, por fin, reaccionó. Los vecinos, movidos por una fuerza más
poderosa que las leyes, las normas y los preceptos, construyeron en un día,
entre todos, un pequeño cementerio sólo para Teresa, a las afueras del pueblo,
cerca de una ermita, en un rincón recogido y umbrío, elevado sobre el valle y
rodeado por majestuosas montañas y bosques soberbios. Un rincón donde un bonito
grupo de álamos fue testigo de su amor juvenil.
Y allí
la enterraron. Y allí sigue enterrada. En la lápida dos inscripciones
sencillas, “A mi amada Teresa”, “A nuestra querida madre”.
Cuando
estalló la Guerra Civil, Francisco con sus hijos se exilió a Francia, donde
murió siendo ya anciano. Nunca se casó. Dejó escrito que le enterraran con su
querida esposa, pero una vez más no pudo ser. En plena dictadura, y con sus
antecedentes… Su hija murió relativamente joven y su hijo, ya mayor, no hace muchos
años. Hoy viven sus nietos y bisnietos.
La
historia es hermosa, triste, conmovedora y el rincón donde reposa Teresa de una
increíble belleza, de una gran placidez. Además es un lugar discreto. No hay ni
una señal que nos lo indique. Si quieres encontrarlo, o preguntas en el pueblo,
o exploras los alrededores de la ermita, hasta dar con él. Así está bien, me
gusta que sea así.
Como
también me gusta pensar en lo que al fin hizo el pueblo, ante la inmensa
desolación de Francisco y sus hijos. Esa tumba dignifica a Bausén.
Sean pues estas humildes palabras homenaje a aquellas buenas gentes, al amor, a la
libertad de amar.
Bausén a principios de la primavera. |
La timba, blanca, destaca en su pequeño camposanto, en un día gris de primavera. |
Siempre hay flores. |
Muy cerca de donde reposan los restos de Teresa, una cruz se recorta contra el cielo. |
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