¡Qué lástima que tengamos que llegar a esto! |
Hay
dos barreras, líneas rojas dicen ahora, que cualquier persona de bien debería
reconocer y por lo tanto saltarse en su vida pública y social: la barrera de lo
emocional y la de los prejuicios ideológicos. Y mucho más si la persona en cuestión ocupa un cargo público en el que, por definición, se debe a todos, no sólo a
los que lo hayan votado.
¿Está
de acuerdo en esto Sr. Marzà?
Por lo
que veo debe ser que no. Y a los hechos me atengo. Lo que no acierto a
comprender es en qué puede no estar de acuerdo. ¿En que en política debe
prevalecer lo racional frente a lo emocional? ¿En que los prejuicios no son una
adecuada herramienta para analizar la realidad? ¿En que el que gana unas
elecciones (aunque sea con pactos postelectorales) no está legitimado para actuar
sólo para “los suyos” y a los demás “que les den”? No lo sé. De verdad que no
lo sé.
Se lo
digo claro. El acoso al que usted y los suyos, y así hay que decirlo, están
sometiendo a la educación concertada, y en particular a la de la Iglesia, sólo
se entiende desde la irracionalidad de lo emocional, desde la ignorancia atroz
de quien se rige por prejuicios, y desde la perspectiva totalitaria de quien se
cree en posesión absoluta de la verdad, y ¡claro! en cuanto llega al poder lo
detenta, (mire el diccionario) no lo ejerce como servicio a la comunidad.
Lo
emocional frente a lo racional. Yo entiendo que a usted y a los suyos les
entren “convulsiones gastrointestinales” en cuanto huelen a “cerrado y
sacristía”, como diría Antonio Machado. Pero reconozca que esto es algo
irracional, es pura emoción, turbia resaca de tiempos pasados. De tiempos
pasados sr. Marzà. La Iglesia, y más hoy, es muy grande, muy compleja, tiene brillantes
luces y profundas sombras. No la simplifique, no la demonice. La Iglesia, por
su propia identidad, por coherencia consigo misma, tiene una vertiente educativa
esencial. Y esa vertiente, en España, cristaliza en la educación concertada.
Acérquese con respeto y objetividad a este realidad, analícela desde la razón y
saque sus conclusiones.
El
prejuicio frente al conocimiento. Mire, señor Marzà, este mes de septiembre
hará 34 años que trabajo en un colegio concertado. He oído muchos juicios de
valor negativos de la gente de su cuerda sobre mi centro y centros como el mío,
y puedo asegurarle que, si bien en otros tiempos, ya lejanos, pudieron ser
ciertos, no lo son ahora o si algunos lo son, no son diferentes a los que puedan
hacerse de cualquier centro público. Sus prejuicios son fruto del
desconocimiento, de la ignorancia, de no haber hecho ese análisis de la
realidad respetuoso y objetivo que, aunque sólo sea por el lugar que ocupa, debería hacer.
Detentar
frente a ejercer. Dice la RAE de detentar, retener y ejercer ilegítimamente
algún poder o cargo público. Ejerza, no detente el poder al que ha accedido.
Guiarse por lo emocional y basarse en prejuicios para tomar decisiones
sectarias, contrarias a grandes sectores de la población, no es ejercer, es
detentar, porque es un uso ilegítimo del poder. La razón, el análisis de la
realidad y el respeto a pensamientos diferentes es lo que da legitimidad a la autoridad.
Lo contrario es totalitarismo. La legitimidad del poder no está sólo en haber
accedido a él democráticamente, sino también, y sobre todo, en el modo de
ejercerlo.
Y una
última cosita quiero decirle, señor Marzà, a usted y a los suyos. ¿Sabe de todo
esto lo que más rabia me está dando? Cuando les oigo hablar de una escuela
inclusiva. Sí, claro que deber ser inclusiva. Hemos de incluir y acoger a
todos, las más de las veces sin medios, sin apoyos, sin reconocimiento alguno. Y
así lo hacemos porque es bueno y justo. Sean pues ustedes también inclusivos.
Sean capaces de crear un sistema educativo en el que quepamos todos, también
los que pensamos diferente. Es irónico que quienes más hablan de inclusividad,
quieran excluir por decreto a cientos de miles de familias que, amparadas por la
Constitución, desean una educación cristiana para sus hijos.
Señor
Marzà. De verdad que no le entiendo. Y cuando a fuerza devanarme los sesos creo
entenderle, me entra el vértigo que da asomarse al abismo de la intolerancia y
el fanatismo enarbolados en nombre de la libertad y el progreso. ¿Qué libertad
y qué progreso, señor mío?
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